Cien horas de silencio
Es totalmente impresentable, lo sé, que Juan Carlos Villamediana, Juano, no sepa aún dónde va a pasar la Semana Santa -cuando ya hay muertos en la Operación Salida, y eso que no ha comenzado aún-, pero en esta ocasión no se debe a su típica imprevisión castiza que nos define como una bandera, sino a una confabulación cósmica y perversa que cualquier madrileño comprenderá.Ya sé que Juano tiene fama de imprevisor, pero les aseguro que se ha curado bastante desde que el año pasado se quedó sin semana en el valle de Arán, sin verano en Marbella y sin escapada a París en el puente de la Inmaculada; todo por no reservar a tiempo. Este último fue el que más le dolió, principalmente porque le costó la aventura con Chufa, trabajada, imaginada y ansiada durante meses, y el cabreo de ella fue naturalmente tan descomunal que terminó cancelando la historia antes de empezar. Chufa no pudo sencillamente tragarse el ridículo de tener que confesar a sus amigas que su escapada con Juano se había fastidiado por no reservar desde antes en la Puerta del Sol. Podía mentirles, cierto, pero menudas son las amigas de Chufa para tragarse una trola en un asunto de cuernos.
De modo que ahí está Juano, en su ático de Salamanca, oyendo cómo la ciudad comienza a vaciarse, sin saber si finalmente irá a Londres, a Lisboa, a un chalé húmedo de Denia, a Sevilla, a la finca de su familia en Gredos o si se quedará en Madrid jugando al golf esa posibilidad le aterra, pues sabe que tendrá que jugar solo. De hecho, Juano está aterrado. Esta vez ya es realmente muy tarde e incluso comienza a oír, a lo lejos, cómo y dónde comienza ese silencio que durante cuatro días habrá de tomar la ciudad como una peste de tristeza.
No es culpa suya y, sin embargo, es dificil saber de quién es la culpa. Su preferencia número uno, esquiar en los Tres Valles, se fastidió hace ya cierto tiempo porque Daniel cambió su intención inicial de asistir a un congreso en Creta y anunció que también iría a esquiar. Daniel es el marido de Silvia. La perspectiva de esquiar con Silvia y con el marido de Silvia, aunque sea en Courchevel, ya no le hace a Juano ninguna gracia.
Llegó a reservar billetes a Londres, e incluso a retirarlos, a nombre suyo y de sus hijos, y cuál no sería su sorpresa al descubrir el domingo, al llevarlos a un Hollywood para celebrar el cumpleaños de Mónica, la mediana, que sus hijos,ya no quieren saber nada de Londres. Que están hasta el moño de la torre de Londres, de los frisos del Partenón, de la cerveza y de los pubs y, sobre todo, de los jerséis Shefland y las faldas escocesas, y de las hordas de españoles e italianos que se aprietan en las tiendas para comprarlos. Con gran sorpresa y cierto dolor, Juano descubrió ese domingo funesto que sus hijas odian los kilts y jerséis escoceses que tantas veces les trajo de Londres, y habría meditado sobre el paso del tiempo y a dónde vamos a llegar de no ser porque sus hijos le exigían alquilar una casa en Denia, donde veranea Juan Antonio, el chico que le gusta a Mónica, y también Eva, la chica que le gusta a Juan Carlos; Juan Carlos es su hijo mayor.
Ya todo estaba arreglado -un chalé húmedo a precio de oro en una urbanización de medio pelo-, cuando Mónica se enteró de que Juan Antonio iría finalmente a Londres, y, por tanto, ya no quiere ir a Denia, y Juan Carlos ha cambiado a Eva por una chica desconocida que se quedará en Madrid. Él también; dice que ya tiene edad.
Tan sólo anteayer estaba intentando organizar algo en Sevilla, donde tiene muchos familiares, al menos para él y Pepa, la más pequeña de sus hijas, encantada aún de viajar con su padre, cuando recibió la noticia de que Canela se había muerto. Canela era la perra de Coro, la jefa de su ex mujer, María del Mar. Parece ser que Coro ha quedado extraordinariamente deprimida y su psicoanalista le ha dicho que lo mejor es seguir trabajando y aplazar sus vacaciones. Pero como no pueden trabajar las dos al tiempo, María del Mar ha tenido que adelantar las suyas y ha perdido un cambio de turno con los hijos, al que Juano ha tenido que ceder, pues su plan, reconoce, no es precisamente insustituible.
Lo de Sevilla sin Pepa no le dice nada; lo cierto es que nada le dice nada, y mucho menos acudir al viejo recurso de La Nueva Granada, la vieja-dehesa de su familia en Gredos, con todas esas tías y tíos distribuyendo la Semana Santa entre rezos y partidas de canasta. De modo que ahí está Juano, mientras nosotros vamos taponando las carreteras y el aeropuerto, ahí está, en su ático, vacilante y aterrado, sin saber qué hacer y escuchando cómo y dónde comienza el silencio anual de las cien horas.
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