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Capítulo 3Argelia, en el vendaval

Las razones del FIS

El FIS recoge los frutos de las frustraciones tras el fracaso socialista y la posterior "apertura salvaje"

A la muerte de Bumedián, las mezquitas se convierten en los únicos espacios de abierta oposición al régimen. En los barrios populares de la Kasba, Bab el Ued, Belcourt, El Harrach, en donde familias de cinco o seis personas se amontonan a veces en un mismo cuarto, los jóvenes no escolarizados o en posesión de diplomas inútiles rompen las suelas en la calle sin ninguna perspectiva de trabajo ni emigración a Europa, carentes de toda diversión e instalaciones deportivas adecuadas. Las cien mil viviendas anuales prometidas por el nuevo presidente se reducen a veinte mil mientras las necesarias a abrigar decentemente a los desheredados se cifran en tres millones. La población de las chabolas no dispone de dispensarios ni escuelas ni oficinas de asistencia a los parados. El Estado no existe para ella: los jóvenes se hallan abandonados a su suerte.El vacío del poder es ocupado hábilmente por los islamistas. Subvencionados por Arabia Saudí hasta su vacilante apoyo a Sadam Husein impuesto por las bases, Madani, Belhach y los dirigentes del movimiento tejen poco a poco un sistema alternativo de ayuda social, encuadran y movilizan a los marginados con su promesa de un cambio radical, reislamizan paulatinamente la sociedad, limpian los guetos y barrios degradados del tráfico de alcohol y de drogas, imponen su modelo educativo en unos espacios impersonales, aculturados y miserables. Las mezquitas, autorizadas o no, brotan como, setas: junto a las aljamas estatales y privadas -cuya prédica (jutba) es controlada por la dirección de Asuntos Religiosos del FLN- surgen los oratorios "populares" y "libres". Como escribe Ahmed Rouadjia en su obra Les fréres et la mosquée, "existen millares de mezquitas ocultas, exactamente a la imagen del mercado paralelo de mercancías, que escapan a todo cómputo en la medida en que funcionan a la sombra de los sótanos, garajes y barrios de barracas construidos al borde de las grandes aglorneraciones". Simultáneamente, las carencias y degradación del sistema escolar estatal provocan un, trasvase de los niños y adolescentes a improvisadas escuelas coránicas exentas de toda supervisión del poder. En los campus universitarios, los islamistas desalojan a la fuerza de sus puestos de reunión o espacios asociativos a los estudiantes "rnarxistas", "ateos" o del "partido francés". Las fiestas y reuniones mixtas son suprimidas, las muchachas presionadas para cubrir sus cabellos, el Kamis y las barbas emblemáticas ganan día a día nuevos adeptos. En otoño de 1990, en una ciudad de tradición liberal como Orán, las autoridades municipales, tuteladas por el FIS, habían prohibido la celebración de conciertos públicos de rai, las mujeres sólo podían ir al cine el día reservado "a las familias" y antes de oscurecer desaparecían totalmente del paisaje de las calles. El contraste con Tunicia o Marruecos no podía ser más extremo.

El yihad o llamamiento a la guerra santa contra los "dirigentes corruptos" e "intelectuales afrancesados" es el instrumento más eficaz de movilización de los islamistas en cuanto responde a un imaginario colectivo profundamente arraigado. Los millones de parados, excluidos del sistema y ofendidos por el lujo de oligarquía, sólo encuentran refugio en una esperanza mesiánica. El islamismo deviene así el común denominador identificatorio de todos los marginados. El FIS puede invocar no sólo el ejemplo iraní sino también el de numerosos tratadistas sunníes de la edad de oro del islam que, como Zayd Ibn Alí o Al Yahiz, denunciaban la depravación y arrogancia de los califatos Omeya y_Abbasí. Como los comunistas de las pasadas décadas, recoge los frutos de las frustraciones sociales y sentimiento de injusticia acumulados tras el fracaso de los modelos socialistas y la posterior "apertura salvaje". Pero la violencia actual -el arma de un terrorismo que, hecho nuevo en el islam y contrario a su doctrina, no perdona siquiera a las mujeres indefensas-, no procede del discurso religioso extremista sino, como en el caso de los católicos irlandeses, de un estado de opresión cultural y político. En realidad, el FIS predica un programa social sumamente conservador -la defensa de la propiedad privada por los imanes contra la Revolución Agraria de los setenta les valió un apoyo sustancioso de los comerciantes y propietarios rurales-, revistiéndolo con un lenguaje religioso fácilmente asequible a la gran masa de los desheredados. En las actuales circunstancias de descomposición social, una buena parte del pueblo argelino juzga la corrupción y nepotismo como males peores que la violencia ciega de los terroristas.

La sharia como sistema de gobierno es el objetivo proclamado del FIS en su lucha por conquistar el poder. Pero un Estado islámico similar al de los tiempos del profeta, ¿es un ejemplo de utopismo milenarista como sostienen sus enemigos o una solución real a los abrumadores problemas y lacras de la sociedad? ¿Cómo establecer en efecto un puente seguro entre el texto coránico y el corpus de alhadices de la Sunna y una decisión puramente política? El Corán no preconiza expresamente ninguna forma particular de gobierno. ¿Por qué entonces la calificada en Europa y en círculos intelectuales argelinos de "fundamentalista", "integrista", "totalitaria" o "teocrática" debe prevalecer entre las demás?

Victoria electoral

La victoria del FIS en las elecciones municipales del 12 de junio de 1990 -las primeras celebradas en Argelia en el marco del pluripartidismo avalado por la nueva Constitución de 1989- sacudió hasta sus cimientos el edificio del poder de Chadli Benyedid y de su jefe de gobierno, Mulud Hamruch. Aprovechando la división y el boicoteo de la oposición democrática (del Frente de Fuerzas Socialistas de Aït Ahmed) y del descrédito general del FLN, el FIS arrambla con más de la mi tad de los ayuntamientos -obteniendo así el control de las Asambleas Populares Comunales (APC)-, triunfa en la mayoría de las poblaciones de importancia media y se implanta sólidamente en las capitales (Argel, Orán, Constantina). Como advierten los observadores más lúcidos, este voto masivo (el 59%) es más bien un voto de castigo al FLN que una aprobación del modelo de sociedad invocado por el FIS. Pues si las críticas feroces y discursos vengativos de los islamistas tocante a la corrupción, pillaje de bienes públicos, clientelismo, opresión y arrogancia del partido único y sus valedores militares dan en el blanco, sus propuestas de mejora y recambio pecan de vaguedad e irrealismo. Carentes de experiencia en la gestión de los asuntos públicos, sus promesas de viviendas y trabajo para todos, de construcción de escuelas y modernización de la economía no tienen en cuenta la tozudez de los hechos: la situación de bancarrota y dependencia del Estado argelino. Entre el 12 de junio de 1990 y el 23 de mayo de 1991 -fecha de la orden de huelga ilimitada de Abasi Madani contra las manipulaciones del poder con miras a las elecciones legislativas del 27 de junio y en favor de unas presidenciales anticipadas-, los cambios operados en el ámbito municipal por las APC son más que modestos: cierre de bares, cancelación de espectáculos musicales, campaña a veces violenta por la "decencia femenina" y contra las ubicuas antenas parabólicas que "permiten captar la pornografía de Occidente". Desde la fundación del FIS hasta los acontecimientos de junio de 1991, ni Madani ni su Maxlis Echura (Asamblea Consultiva) elaboraron un verdadero programa político-social ni convocaron un congreso para discutirlo. Interrogado sobre ello por la prensa, Madani se limitó a decir que aquél se reuniría después de que hubiera formado Gobierno... La oposición del FIS a unas legislativas "amañadas" desemboca en una auténtica insurrección que recuerda a la de octubre de 1988: cócteles Molotov, gases lacrimógenos, barricadas. Alí Belhach, el carismático imán de la mezquita de Bab el Ued, lanza a decenas de millares de manifestantes a la calle al grito, de: "¡Ni Carta ni Constitución! ¡Palabra de Dios, palabra del Profeta!". Mientras el poder parece impotente y paralizado, el FIS campa victorioso en el centro de la capital. Los jóvenes a la deriva, náufragos del difunto proyecto de sociedad del FLN y para quienes la rexla u hombría es, junto al espíritu de barrio, su único valor refugio han dejado de ser súbitamente unos vagos capaces tan sólo de la pequeña delincuencia en pandilla, la chapuza y el contrabando para transformarse, gracias a las prédicas de los islamistas, en los combatientes del nuevo yihad. El hogra (desprecio) del que son víctimas y la arrogancia sin límite de los poderosos tienen una explicación clara: todas las miserias e iniquidades de las que sufren se deben al abandono de los preceptos coránicos, al olvido de sus reglas tocante al justo reparto de las riquezas, los méritos y conductas sociales. La Constitución es una trampa más para disfrazar la fuerza opresora. El islam se funda en la shura (consulta) y la estricta aplicación de la sharia. El 3 de junio las fuerzas del orden dispersan violentamente a los manifestantes, detienen a Madani, Belhach y otros integrantes de la cúpula del FIS, inician redadas masivas de islamistas y el rastreo de los barrios populares en donde tienen su feudo.

Alternando le bâton et la carotte, el Gobierno de Sid Ahmed Ghozali promete el mantenimiento del calendario electotal de las legislativas, fijadas primero en octubre y luego en diciembre. Retrospectivamente, los militares y sus aliados demócratas, opuestos a todo acuerdo con los islamistas, le reprocharán esta concesión como un nuevo eslabón en la cadena de errores que conducen al ciclo de violencia en el que se hunde Argelia. ¿No hubiera sido más fácil interrumpir el proceso electoral en junio con el pretexto de la insurrección del FIS en vez de dejarlo aparecer como "mártir" de la democracia y del veredicto posterior de las urnas? Con los dirigentes islámicos presos, sometidos a juicio y pronto condenados a severas penas de cárcel, el régimen de Chadli Benyedid se queda sin interlocutores: el dicho popular "muerto el perro se acabó la rabia" no se aplica al caso. De capitada la cúpula, el cuerpo no muere, cobra nueva vida. El islamismo impregna ya todos los sectores de la sociedad, organiza en la clandestinidad sus milicias, actúa como un Esta do en el interior del Estado. En otoño del 91, los primeros grupos armados, instruidos al parecer por veteranos de Afganistán y supervivientes de la guerrilla extremista Taftir ua Higra, emprenden sus operaciones de asalto a cuarteles y acoso al Ejército. Los altos mandos militares asisten con creciente desasosiego al agravamiento de la situación y vacilaciones de Chadli. Las divisiones intestinas del país se reproducen a menudo en el interior de muchas familias: el caso de las que tienen uno o más hijos en el FIS y otro u otros en la policía o el ejército es bastante frecuente. El espectro de una guerra civil y fratricida en el sentido estricto del término se cierne sobre la sociedad y pronto calará y hará presa en ella.

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La primera vuelta de las legislativas de diciembre confirma las esperanzas de unos y miedos de otros: el FIS obtiene la mayoría. El previsible resultado de la segunda vuelta le garantiza un confortable dominio de 2/3 en la futura Asamblea Nacional necesario para modificar la Constitución de 1989 y establecer legalmente otra conforme a la sharia. Su triunfo galvaniza las inquietudes de las Fuerzas Armadas y de una nomenklatura temerosa de su futuro y la pérdida de sus privilegios. Estas aprensiones son compartidas por un buen sector de los partidos políticos, sindicatos e intelectuales laicos, asociaciones de mujeres. El ejemplo de lo ocurrido en Irán está en la mente de todos. El 12 de enero de 1992, después de unos días de espera tensa y trapicheo entre bastidores, el presidente Chadli Benyedid aparece demacrado ante las cámaras para anunciar su dimisión. El día siguiente, el Gobierno suspende la consulta electoral. El experimento democrático ha fracasado.

Olvidando sus virtuosas lecciones ético-jurídicas y sus reproches a "la incapacidad de los árabes de organizar elecciones libres" los gobiernos y medios informativos occidentales avalan casi al unísono el golpe de Estado. El espantajo de la amenaza islámica agitado por la prensa desde hace años -los titulares aulladores de "La marea negra islárnica" o "Las huestes de Alá"- les conduce a aprobar sin reservas la liquidación de la democracia con el pretexto de que corría grave peligro. Las minorías laica, marxista y de los radicales beréberes de la Agrupación por la Cultura y la Democracia de Said Saadi aplauden también: ¡no debe haber libertad para los enemigos de la libertad! Pero estas reacciones parten de análisis dictados por la emoción y el temor, no por la razón ni un conocimiento profundo del fenómeno islamista y de las causas que lo suscitan.

La llegada al poder del FIS representaba desde luego un riesgo grave para las libertades penosamente obtenidas en octubre de 1988, pero las condiciones en las que hubiera accedido al poder habrían limitado de modo eficaz la aplicación de su programa. El endeudamiento de Argelia, dependencia financiera respecto a sus acreedores europeos y japoneses, caos económico y reserva hostil del Ejército habrían constituido un obstáculo difícilmente salvable. A mayor abundamiento: la falta de experiencia en la gestión del gobierno y las medidas sociales. en favor de sus bases, habrían precipitado la crisis, agravado la catástrofe. Su incapacidad de: cumplir con las promesas electorales era a todas luces previsible. En menos de un año de gobierno estrechamente controlado por sus adversarios, el FIS habría perdido una buena parte de su credibilidad.

El recurso a la espada fue así un remedio peor que la enfermedad. Durante 30 años, el "socialismo" del FLN había desacreditado a ojos del pueblo las ideas de la izquierda. La anulación de las elecciones, saludada con júbilo por los "demócratas" le mostraba a su vez la inanidad y elitismo de la opción que sustentaban. Como en otras situaciones históricas, éstos mostraron su natural aversión a acatar la voluntad de un pueblo ajeno a sus ideas y modo de vida y cuyas exigencias vengadoras ponían en tela de juicio su estatus y función esclarecedora. Un paralelo de su actitud con la de los ilustrados peninsulares, favorables ya a las reformas introducidas por José Bonaparte, ya a un régimen constitucional forjado sin un real sostén popular -a causa de la incultura política de las masas-, respecto a la reacción patriótico-religiosa del pueblo, hostil a las ideas extranjeras y en favor del absolutismo y el poder eclesiástico, es demasiado llamativo como para que podamos pasarlo por alto.

Privados de la única fuente de legitimidad -la procuradá por las urnas-, los militares y sus aliados de un FLN en desbandada y de los pequeños partidos laicos colman el vacío del poder buscando un sucedáneo en la legitimidad histórica. El recién creado Alto Comité de Estado (ACE), ofrece su presidencia a un símbolo enterrado en vida: el viejo líder de la independencia Mohamed Budiaf.

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