Ambigüedad catalana
Estamos tan acostumbrados a vivir persistentes tragedias históricas que nos cuesta aceptar la dorada mediocridad de la política democrática. No parece que resulta fácil para algunos resignarse, por ejemplo, a que la agenda política no sea siempre una expresión de nuestros conflictos seculares, sino un resulta do bastante aleatorio de una situación coyuntural. En concreto: que la reaparición de la sempiterna cuestión de Cataluña en España no dependa más que de un puñado de votos en las Cortes para formar una mayoría.Si algo ha dado protagonismo a CiU en la política española tras las últimas elecciones, es la falta de consolidación del sistema de partidos. Nos encontramos con la anomalía de que el principal partido de la. derecha ocupa una posición extrema en el abanico ideológico, al contrario de lo que ocurre en la izquierda y, como consecuencia de ello y de la desaparición -al menos momentánea- de una fuerza relevante de centro-derecha de ámbito español, este espacio es ocupado por los nacionalismos y regionalismos. Si aceptamos que esta situación es anómala y susceptible de modificación, no cabe encontrar muy sorprendentes las medias tintas de CiU, ya que en realidad se ve obligada a desempeñar un papel que ni desea ni le corresponde.
CiU es, en primer lugar y por encima de todo, un grupo nacionalista catalán. Esta obviedad significa que su acción en todos los demás escenarios políticos -municipal, estatal y europeo- es subsidiaria de la política catalana y se subordina a sus objetivos en ésta. Desde el pasado mes de junio, CiU se ha encontrado en la política española en una posición que es ciertamente incómoda, pero, desde este punto de vista, poco dudosa. Su dilema es más o menos el siguiente. Por un lado, si CiU no pacta formalmente con el PSOE, como hasta la fecha, perderá credibilidad como alternativa en la política española y corre el riesgo de perder votos en unas futuras elecciones legislativas. Pero, por otro lado, si los nacionalistas catalanes aceptaran una coalición con el PSOE en el gobierno del Estado, correrían el riesgo de erosionar algunas de sus bases de apoyo en las elecciones autonómicas catalanas (a celebrar dentro de dos años); algunos sectores catalanes de derecha y de centro-derecha podrían acusar entonces a CiU de haberse entregado al socialismo, mientras que otros sectores catalanistas le harían culpable de haberse vendido al españolismo. Entre el riesgo de perder votos en las legislativas españolas y el de perderlos en las autonómicas catalanas, la preferencia de CiU es clara y evidente. Y por ello no parece que vaya por ahora a comprometerse con el PSOE más de lo que ya lo está.
Ante esta reticencia de CiU a actuar en las Cortes generales como lo haría un partido que diera prioridad a la política general española, el Gobierno del PSOE sólo puede tratar de reforzar sus apoyos negociando directamente con el Gobierno de la Generalitat (es decir, con Pujol y no con Roca), aceptando el "giro autonómico" y poniendo la cuestión autonómica en un lugar destacado de la agenda política.
En estos tratos, CiU se encuentra en una posición relativamente ventajosa en comparación con la de hace unos anos, incluido su periodo de colaboración con UCD. En los inicios de la autonomía, el Gobierno central podía rebajar su tendencia al centralismo y ofrecer concesiones, entre las cuales destacaba una política consensuada de bilingüismo. Pero la propia dinámica de estos intercambios ha ido mejorando la posición de CiU. Cuantos más traspasos se han hecho a las autonomías, más costoso es para el Gobierno central aceptar nuevas transferencias. Por el contrario, cuanto más se ha difundido el conocimiento del catalán y más realmente bilingüe se ha hecho, así, la sociedad catalana, menos costoso es para CiU tratar de poner en marcha una política intervencionista exclusivamente en favor del catalán. La relación entre el Gobierno del Estado y el Gobierno de la Generalitat puede, pues, decantarse en favor de los nacionalistas catalanes de un modo visiblemente desproporcionado con respecto a sus votos, lo cual puede ser percibido con malicia fuera de Cataluña.
Pero del mismo modo que ha venido, la presente coyuntura podría evaporarse a medio plazo. Si, tras unas nuevas elecciones legislativas, CiU perdiera su posición pivote en la formación de mayorías parlamentarias -por ejemplo, porque volviera a producirse una mayoría absoluta o porque el partido más votado pudiera formar una coalición mayoritaria con otros grupos nacionalistas y regionalistas-, no faltaría quien sentiría que Cataluña se habría vuelto a convertir en un Titanic. Pero si, pongamos por caso, el PP pudiera algún día formar una mayoría con CiU, a nadie debería extrañar que entonces Aznar se enfundara solemnemente la barretina o incluso que alguno de los más furibundos españolistas de las ondas de hoy recordara súbitamente su verosímil admiración por una burguesía catalana modernizadora y liberal.
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