Guerra no se deja
EL DESENLACE del 33º Congreso del PSOE deja abierta la duda de si González midió mal sus fuerzas al entrar en la batalla interna o si no se empleó a fondo en ella a la espera de hacerlo ahora desde una situación más desahogada. El objetivo por el que hace un año anunció su intención de implicarse directamente en la pelea sólo lo ha alcanzado a medias. Ese objetivo era desmontar el aparato de poder guerrista, que bloqueaba la dirección y condicionaba las iniciativas del Gobierno. Alfonso Guerra ha perdido la mayoría con que contaba en la dirección, pero ha conseguido mantenerse en ella sin renunciar a su condición de jefe de una facción virtualmente alternativa a la representada por el secretario general. En ese sentido, se comprende la euforia mostrada ayer por el número dos, un profesional de la supervivencia.Esa euforia se le desbordó ligeramente, sin embargo, cuando definió a su tendencia como el sector "socialista, o guerrista, como quieran ustedes". Su estratégica distinción entre renovadores e integradores le permitió incluso hablar de equilibrio de fuerzas en la nueva dirección. Ello contrasta, sin embargo, con el hecho de que en la negociación interna alegara que era abusiva la relación 27/9 en favor de los renovadores. En fin, al establecer como baremos de su éxito o fracaso objetivos a su alcance, como la permanencia de Benegas o la no inclusión de Leguina, ha conseguido convertir en una casi victoria lo que había sido una derrota política en la elección de delegados.
Esa derrota se ha manifestado en el respaldo a la adaptación del mensaje socialista a las nuevas realidades impulsada por González contra la resistencia retórica del guerrismo (por ejemplo, el apoyo a la reforma del mercado laboral); pero también en la aprobación de algunas medidas orientadas a recobrar la credibilidad en el terreno de los comportamientos, como la renuncia a modificar mayorías mediante acuerdos con tránsfugas o el compromiso de someter las cuentas a auditorías externas. Lástima que la autocrítica implícita que tales medidas suponen no se expresase directamente incluyendo iniciativas de rectificación en casos como el del Gobierno regional de Aragón. En cualquier caso, el congreso se ha centrado tanto en la lucha por el poder que ha quedado bastante huérfano de mensaje político capaz de movilizar a una sociedad en profunda crisis.
Sin posibilidades reales de alterar el curso político del congreso, Guerra ha conseguido evitar, sin embargo, que se le convirtiera en el chivo expiatorio de todos los males del partido. Ya en su día alegó que todos eran corresponsables de asuntos como Filesa y demás, y la votación sobre la candidatura de Solchaga como portavoz reveló que el guerrismo estaba dispuesto a esgrimir la amenaza de la ruptura -del grupo parlamentario, tal vez del partido- si se prescindía de sus dirigentes. Significativamente, fue Solchaga el primero en comprender que, en esas condiciones, era preferible mantener a Guerra dentro de la dirección que fuera de ella, encabezando la contestación.
La idea alternativa de simbolizar la renovación en el descabalgamiento de Benegas, causante inmediato de la crisis de la pasada Semana Santa, se enfrentó con la encarnizada resistencia de la plana mayor del guerrismo, que había hecho de la continuidad del secretario de organización una cuestión de honor: sacrificarle habría supuesto castigar la incondicionalidad.
Los renovadores han carecido de estrategia para hacer frente a esas resistencias de aparato. La solución de sacar a Benegas de la secretaría de organización y colocarlo en la de relaciones políticas e institucionales se ha enfrentado con la oposición guerrista a que su sustituto fuera un renovador notorio. Es característico del estilo guerrista ejercer su influencia por vía de veto antes que de proposición en positivo; así lo hizo con Solana y otros en el 32º congreso. El acuerdo final para colocar al valenciano Cipriá Ciscar como secretario de organización puede interpretarse como la eliminación de la figura del número tres. Verdaderamente, que el dos y el tres pertenecieran al sector políticamente perdedor del congreso habría sido demasiado.
De todas formas, la entrada en la dirección de algunos de los antes vetados, el carácter minoritario del guerrismo en la comisión permanente y el cambio en la estructura de poder que supone la incorporación de los barones regionales a la comisión ejecutiva definen un panorama preocupante para el guerrismo. Su euforia debe interpretarse, entonces, como la del condenado que ve conmutada su pena. Lo que ha conseguido es evitar ser laminado y mantener posiciones que le permitirían convertirse en alternativa a González en caso de desfallecimiento de éste; o de derrota electoral.
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