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Más Guerra que nunca

El 'número dos' socialista desplegó todas sus dotes de actor en los tres días del congreso

Lourdes Lucio

Alfonso Guerra representó durante 72 horas seguidas su propio papel. Guerra hizo de Guerra, mantuvo un sonoro silencio que tuvo en ascuas a los 888 delegados socialistas y cuando hubo acuerdo dio un paseíllo triunfal por el Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid con dos estratégicas paradas para atender con exquisita cordialidad a las decenas de periodistas allí congregados: "Perdón no le he entendido. ¿Me repite la pregunta?".El vicesecretario general del PSOE montó el viernes su cuartel general en la tercera planta del edificio y no se dejó ver por los pasillos del congreso hasta las dos de la tarde de ayer, cuando ya se conocían los miembros de la nueva ejecutiva. Allí mantuvo reuniones con sus hombres de confianza: Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Francisco Fernández Marugán y Txiki Benegas. Comunicó a estos dirigentes sus impresiones y la marcha de las negociaciones, que luego era convenientemente trasladadas a los cuadros medios del guerrismo, los cuales, a su vez, las filtraban a la impaciente y cansada base. "A ver si baja ya de ese catafalco y nos cuenta cómo va todo", reclamaba el viernes un delegado al conocerse el primer contacto con González.

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Guerra siguió con atención desde los asientos reservados a la ejecutiva el debate de gestión. Parecía relajado y algo pasota, como si la historia no fuera con él, y sólo puso mala cara cuando el portavoz de los renovadores andaluces, Javier Barrero, hizo una mención al liderazgo de Manuel Chaves en Andalucía. Los renovadores interpretaron el revoleo de las manos de Guerra como un gesto en contra.

Los que le conocen afirman que Guerra, como hombre de teatro -en su juventud fue actor y director de un grupo teatral en Sevilla-, interpretó a la perfección su papel, que acompañó de una cuidada puesta en escena con la que pretendía dar la sensación de que todo marchaba como él quería, como estaba previsto.

El sábado, durante el debate de las ponencias en el pleno, coincidió con Felipe González. Éste, con gesto serio, reflexivo y preocupado, mientras Guerra se mostraba distendido y sonriente. Aprovechó para despachar allí con Fali Delgado, su secretario particular quien seguía en cuclillas las instrucciones de su jefe, mientras los delegados no perdían de vista el movimiento de las manos de Guerra que parecían indicar que por ahí no pasaba.

Los momentos más tensos para los seguidores del número dos del PSOE fueron sin duda los de la madrugada del sábado, día de San José, cuando las negociaciones tenían toda la pinta de acabar en ruptura. Los guerristas temían esa noche que el congreso acabara como las Fallas: con un Guerra convertido en ninot al que sólo le quedan unos minutos para ser consumido por el fuego; aunque luego fue el ninot indultat. Y con él, otros muchos.

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Sólo se decidió a pasillear por el congreso una vez que hubo acuerdo. Guerra, más Guerra que nunca, hizo un entrada triunfal desde una de las escaleras del Palacio de Congresos, desde las que hizo sus primeras declaraciones: "Todo ha salido muy bien, como yo creía que era necesario", dijo ante un revoltijo de periodistas.

En el recorrido, de unos 30 metros, invirtió casi 15 minutos, que dedicó a besar a las señoras, estrechar manos, pellizcar caras -entre otras, la de Jorge Vestrynge- y hasta preguntar por la salud de los familiares de un militante. Incluso posó para los fotógrafos. "¡Alfonso, mira para acá!", le dijo uno y Guerra miró, colocó la mano izquierda en su rostro y le dedicó una estudiada sonrisa. En la segunda parada -él, arriba en la escalera, y las televisiones, abajo enfoncándole-, un Guerra de excelente humor espetó: "¡Todo el mundo me felicita!". Y un renovador que pasaba por allí concluyó: "Bueno, me voy a llorar a un rincón".

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