_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bloqueo y aritmética

LA AMPLIACIÓN de la Unión Europea parece hipotecada a la simple cuestión del número de votos necesarios para formar una minoría de bloqueo que impida a la mayoría tomar decisiones cuando se oponga un grupo más o menos reducido de socios. España y el Reino Unido, por motivaciones muy diferentes, están juntos en un frente de rechazo, al exigir que baste que dos países de los llamados grandes y uno pequeño se opongan a una decisión en el Consejo de Ministros de la Unión para que no pueda salir adelante. Según estos dos Gobiernos, ninguna mayoría puede imponerse a los intereses esenciales de tres países o de 100 millones de habitantes.Esta larguísima negociación sobre el sistema de votación es la condición previa para el ingreso de los cuatro nuevos miembros (Austria, Suecia, Noruega y Finlandia) que harán pasar a Europa de doce a dieciséis. El voto ponderado que rige en la Unión Europea a la hora de tomar decisiones -los cuatro países grandes cuentan con diez votos; España, con ocho, y el resto, según los casos e incluidos los futuros nuevos socios, entre cinco y dos- hará pasar el número total de votos en los Consejos de Ministros comunitarios de los 76 actuales a 90. La posición de Madrid y Londres es que, en los temas esenciales, la minoría de bloqueo debería lograrse con los 23 actuales y no con los 27 que se proponen como mínimo para la Unión Europea ampliada.

La minoría de bloqueo no es más que la otra cara, quizá la menos atractiva, de la mayoría cualificada. Pero si la Unión Europea nacida del Tratado de Maastricht ha reducido el número de temas sometidos a la unanimidad en favor de la mayoría para poder progresar con mayor rapidez, no cabe olvidar que el consenso es la clave de la construcción europea. La antigua CE, hoy Unión Europea, es la historia de una nación al revés. En lugar de la conquista, la soberanía supranacional es producto de la cesión voluntaria de los Estados. Si antes bastaba el veto de un solo país para bloquear algunas decisiones comunitarias, mientras la reforma institucional no establezca un modelo de funcionamiento eficaz y asumido por todos, no parece desmedido que la oposición de tres países o de los representantes de 100 millones de ciudadanos sea razón suficiente para que no se imponga el resto.

En la Europa comunitaria el mecanismo de toma de decisiones es el tema esencial. Por eso, si los países partidarios de la ampliación a toda costa, como es el caso de Alemania por evidentes intereses, podían esgrimir ante las dificultades de la negociación con Noruega que el ingreso de nuevos socios no podía depender de unas cuantas toneladas de bacalao, ahora no pueden decir otro tanto. La actitud firme del Gobierno español se ve apoyada por toda la oposición, hecho llamativo cuando el PP ya ha anticipado que su lema en la campana de las elecciones europeas es que el Gobierno ha negociado mal ante Europa y no ha defendido bien los intereses nacionales. La única excepción es la del líder del PNV, Xabier Arzalluz, quien se muestra contrario a las minorías de bloqueo como freno a la integración europea, lo cual no le exime de reivindicar siempre un puesto en las instituciones del Estado con el argumento implícito de que la representación de las minorías debe estar por encima de las proporciones aritméticas.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La lógica interna de Arzalluz es la que debe tenerse en cuenta de cara a Europa, y no al revés. La ampliación de la Unión Europea, defendida por todos, no debe hacerse sin considerar su funcionamiento y el juego de intereses, sobre todo mientras los socios comunitarios no resuelvan la reforma institucional pendiente, de momento aplazada hasta la conferencia intergubernamental prevista para 1996. La entrada de Austria y los tres países nórdicos modificará en parte la naturaleza de la Unión Europea. Con el peso añadido de los nuevos socios, los intereses de Europa se alejan de las necesidades de los países del Sur.

La polémica que sacude a los socios comunitarios es distinta a otras recientes, pero no nueva. Todavía colea el debate de quienes defendieron hace unos años la necesidad de una Europa a dos velocidades como conjugación de los intereses de los países que avanzan a distinto ritmo hacia el objetivo de la construcción europea. En beneficio del espíritu comunitario se desechó esta opción. ¿Qué objetivo único de integración se podría defender en conjunto dentro de una Unión Europea dividida en dos realidades bien diferentes, formada por un grupo de países en el pelotón de cabeza y otro en el de cola? Esa misma lógica de avanzar juntos obligó a rechazar después la teoría de una Europa de geometría variable. Se trata de una posición de principio, porque nadie duda de que el mayor reto pendiente, la unión económica y monetaria, no podrá ser asumida a la vez ni tampoco por igual por los 16 países miembros, dado su diferente nivel de desarrollo, competitividad y paro.

Enredada antes en la velocidad o la geometría, la Unión Europea se ve estos días sumida en una crisis aparentemente provocada por la aritmética. España hace bien en mantener la cautela de la minoría de bloqueo, no sea que la voluntad de los nuevos socios, ávidos de contar con entrada libre para sus productos industriales, sea tan poco propicia en el momento de discutir los fondos de cohesión y las ayudas a los países en retraso como lo ha sido su disposición a romper el proteccionismo de sus recursos agrícolas y pesqueros.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_