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Tribuna
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Angustia

La adolescencia es una edad angustiosa, algo así como hallarse permanentemente a las cuatro de la madrugada, cuando el desastre parece definitivo, y los errores, irresolubles, exasperantes. Cualquiera que guarde memoria del abrumador sentido de la responsabilidad que en semejante momento de la vida se desploma sobre uno, como una carga personal e insoslayable, tiene, por fuerza, que haberse sentido acongojado por los resultados de la encuesta de la Confederación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos.Un 45% de alumnos, de edades comprendidas entre los 13 y 16 años, consideran que están fracasando total o parcialmente en los estudios. Creen haber fracasado cuando aún están empezando a palparse el ego, como esos arbolillos urbanos que, justo cuando arrancan a verdecer, parece que miran alrededor y, asfixiados por la perspectiva de desarrollarse en un entorno adverso, se agostan y renuncian a dar la batalla de sus brotes tiernos.

El propio sentido de la autocrítica -que al crecer se va abandonando: sin autocomplacencia, resultaría bastante depresivo ser adulto- y el endemoniado sistema de enseñanza masificada y exámenes globales arrasan la propia estima de chicas y chicos que, además, se ven condicionados por el culto que esta sociedad rinde al triunfo. Asimismo, las más livianas condiciones en que su existencia se desenvuelve -hablando en términos generales-, en comparación con la dureza que marcó -también en general- a las generaciones precedentes, son brutalmente cuestionadas por la pavorosa ausencia de futuro. Pues se les exige cumplir con creces, en nombre de las facilidades iniciales que reciben, pero saben que nadie les esperará a la salida de la universidad para mostrarles el camino hacia su lugar en el mundo.

Ellos son el resultado de nuestras más profundas malas notas.

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