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Romario decide el cuerpo a cuerpo

El Barca y el Atlético protagonizaron un partido épico y lleno de incidentes

Cuatro jugadores expulsados, ocho goles en el marcador electrónico, un penalti fallado, otro no sancionado, dos goles anulados, 12 tarjetas amarillas, una roja directa... y un conejo paseándose por el césped, minutos antes de la conclusión del encuentro. Elementos más que suficientes para elaborar un parte de guerra, firmado por un árbitro, Andújar Oliver, que ayer le dio por hacer labores de histrión. Todo eso y mucho sucedió anoche en el Camp Nou.Lo más importante, lo más destacable, lo que primó sobre la crónica de sucesos fue la presencia sobre el césped de un prestidigitador llamado Romario, que tiene concentrada toda la sensibilidad de su cuerpo en sus pies y que con ellos hace juegos malabares. En la chistera del brasileño se cocinó el triunfo del Barcelona. La chistera de Romario fue el elemento de distracción vital para que el Atlético bajara la guardia y perdiera el cuerpo a cuerpo en el que involucró a su rival, dando al partido un tinte casi épico.

Cuando, a los 12 minutos justos de juego, la hinchada culé sacó sus pañuelos para festejar el gol antológico de Romario, de los que se deben guardar en las hemerotecas, nadie sospechaba que ese pedazo de tela le serviría también para secarse el sudor frío que produce el miedo o para mostrar su desacuerdo con la actuación del árbitro. En un abrir y cerrar de ojos, el Atlético se quedó sin Vizcaíno, el Barça sin Koeman y el marcador en empate a un gol. Comenzaba a partir de ese instante otro partido, una auténtica refriega.

El Atlético había llegado a Barcelona al borde de la desesperación. Su colectivo, amenazado por el descenso y el despido en masa o la movilidad geográfica obligada, parecía un animal herido que no estaba dispuesto a dejarse rematar. Dejó de ser un equipo de burócratas y, ante el asombro de su presidente, se enzarzó en una pelea de auténtico fajador. Su punto de referencia fue Caminero, quien, obligado por las circunstancias, adelantó su posición y aportó soluciones a sus compañeros, a pesar de estar mermado físicamente.

El Barcelona cayó en la trampa. Aceptó la pelea sin rechistar y se equivocó. Lejos de serenar su juego, se lanzó a la calle a dirimir su superioridad con armas que no sabe utilizar. Se fue al vestuario para el reglamentario descanso y restañar sus heridas, tras salir muy mal parado en el primer asalto.

Suerte tuvo que el árbitro Andújar Oliver pasara por alto un claro penalti de Zubizarrete a Pirri, que hubiera significado, además, la expulsión automática del guardameta azulgrana.

Caminero, antes de retirarse, le asestó otro sopapo del que tardó en recuperarse. Sólo Guardiola mantenía el tipo en el medio campo, demostrando ser un jugador con ojos por todo el cuerpo. Y fue él quien entendió que el Atlético renunciaba descaradamente al intercambio de golpes y que, como los viejos boxeadores, se dedicaba sólo a mantener la ventaja de puntos obtenida en sus tres únicos remates.

El resto lo puso Romario, a quien Andújar le negaba el gol en colaboración con sus jueces de línea, entre las iras de la grada. Dos zarpazos del brasileño acabaron con el Atlético. El golpe de gracia se lo dio Stoichkov, que ha vuelto por sus fueros para cerrar definitivamente el paso a Laudrup, aquejado ayer de una sospechosa amigdalitis.

Del sucedáneo de partido, el presidente rojiblanco, Jesús Gil, puede sacar buenas conclusiones. Sus hombres no quieren coquetear con la promoción. Posiblemente, se encuentran más en esa situación por errores directivos que por absentismo laboral y pueden reflotar la empresa.

El Barga no necesita reflexionar. Tiene a Romario y basta.

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