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"El presidente es un muñeco en manos de los conservadores"

Yuri Afanásiev, de 59 años, historiador y rector de la Universidad Estatal de Humanidades, fue a finales de los ochenta y hasta 1992 firme defensor de Borís Yeltsin como diputado en los Parlamentos soviético y ruso y como dirigente de Reforma Democrática. Sigue siendo un reformista radical. ¿Qué` queda ahora de ese apoyo? "Nada", dice. Porque, para él, el presidente es hoy "simplemente un muñeco en manos de las fuerzas conservadoras".Afanásiev, que ha visitado esta semana Barcelona para dar una conferencia en el centro cultural de la Fundación La Caixa, considera que lo que ha sucedido en Rusia tras el bombardeo del Parlamento ruso el 4 de octubre "pone de alguna manera en evidencia que han ganado los militares, entendiendo por militares no sólo los generales y coroneles, sino todo el complejo militar-industrial, junto a la burocracia".

Esta victoria se concretó luego en las elecciones celebradas en diciembre. "El bombardeo del Parlamento fue acogido por la mayoría de la población muy, muy negativamente", asegura. Pero ésa no fue la única causa de la derrota de los reformistas. También influyó decisivamente "el distanciamiento de la población con respecto a toda la política de Yeltsin y de los demócratas en general".

Una de las manifestaciones del giro dado por Yeltsin ha sido el resurgimiento de Rusia como potencia con propósitos imperialistas, cuya concreción más reciente ha sido su intervención en Bosnia. "Esto", precisa Afanásiev, "empezó cuando algunos países que estuvieron sometidos a la influencia soviética intentaron entrar en la OTAN. Ya entonces Rusia puso de manifiesto su fuerza al indicarles en qué alianzas podían participar y en cuáles no. Fue la primera vez desde que se desmembró la URSS que a millones de ciudadanos de la Europa central y del Este se les indicó lo que tenían que hacer. Se pensaban que se habían librado definitivamente de las órdenes de Moscú, pero resultó que no era así". Esta posición del Gobierno de Moscú "es fatal", agrega, porque 1levará a lo de siempre: a una hostilidad hacia Rusia".

Afanásiev reconoce que sobre el bombardeo de la Casa Blanca, "un acontecimiento que se dejará sentir durante mucho tiempo", ha cambiado de opinión. En un primer momento, cuando Alexandr Rutskói lanzó a hombres armados contra la alcaldía y cuando el general Makashov se lanzó contra la televisión y llamó "al aniquilamiento de todo el Gobierno, pensamos que no había otra solución que aplicar la fuerza". Un análisis más distanciado le lleva ahora a preguntarse por qué Yeltsin no fue una y otra vez al Parlamento para "poner en evidencia ante toda la población que la Cámara estaba en contra de las reformas" y por qué no se impidieron los ataques a la alcaldía y la televisión antes de que se produjeran. "Caben dos respuestas", agrega: "que Yeltsin no tuviera ninguna fuerza o que se dejara pasar expresamente a los atacantes para demostrar que pretendían dar un golpe de Estado. Tanto una como otra caracterizan muy negativamente al poder

Afanásiev, que impulsa ahora un grupo reformista radical de nominado Iniciativa Cívica Independiente, no oculta su pesimismo sobre el futuro de su país. Explica que Yeltsin es un muñeco porque "hace ver que Rusia avanza hacia la democracia y la civilización europea cuando en realidad va por otro camino". Y en ese papel hay sustitutos para él: "Algún funcionario sin personalidad, que podría ser Víctor Chernomirdin [actual primer ministro], podría sucederle; creo que eso es lo que pasará". Lo que no ve son muchas posibilidades de un sustituto digno del "Yeltsin de 1991, cuando parecía encarnar el futuro democrático de Rusia". Esto es así porque "el complejo militar-industrial y la burocracia han ganado la batalla".

Tampoco concede demasiadas posibilidades a VIadímir Zhirinovski. "Su destino es ser un extremista exótico", opina. Para Afanásiev, el dirigente ultranacionalista que obtuvo el 25% de los votos en diciembre "no es un fenómeno casual" y ha canalizado con "sus soluciones sencillas a problemas muy complejos" el voto de muchos descontentos que quieren mejorar sus condiciones de vida. "Pero Zhirinovski no llegará más lejos", concluye.

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