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Madrid se muere...

Afortunadamente para ellos, los madrileños ignoran cómo se habla de Madrid por ahí. El Estado de las autonomías ha ido consagrando un lenguaje convencional para hablar de Madrid del tipo de: nos roba, se queda con lo nuestro; Madrid nos discrimina, nos abandona, no nos entiende; esto (algo malo) es cosa de Madrid; Madrid regatea competencias; en Madrid no se trabaja, se vive del trabajo de los demás; Madrid es un desastre, el tráfico, la delincuencia, la corrupción; ya no merece la pena ir a Madrid. Antes se venía a Madrid a hacer negocios o gestiones; ahora, a sacar algo; antes, el negocio y la gestión salían bien o mal; ahora siempre bien: si se saca algo es gracias a los méritos propios; si no, es culpa de Madrid.Quien así habla, y lo oigo y leo muchas veces al día, ¿de qué Madrid está hablando? ¿Quién es Madrid? Madrid ha sido el centro, el poder, el que decide, el lugar de encuentro, de acogida, de aventura, donde cabía lo que no cabía o sobraba en los demás sitios. Y hoy se disputa todo eso, se comparte o se pelea por arrebatarlo. Y Madrid va quedando como una abstracción despersonalizada, una realidad deshilvanada, o también en una suerte de integral de: el Estado, el Gobierno, los diputados, los que cobran impuestos, el poder financiero, los directores generales, el viejo régimen, lo caduco. Frente a ello surge la periferia, lo fresco, lo nuevo, una nueva sociedad, una nueva clase, lo pequeño (small is beautiful).

Y ésta es la crisis de Madrid, la del centro, la del poder central; la que deriva de compartir todo con la periferia: el poder político (las comunidades autónomas tienen más poder del que ustedes se imaginan), el poder financiero (¿saben ustedes que la mitad del dinero que nos recauda por impuestos el ministro Solbes no se lo gasta el Gobierno de Madrid, sino otros? Estúpido negocio, me dirán, y tienen razón), el poder deportivo (¿o creen ingenuamente que la crisis del Real Madrid y del Atlético es casual?); el poder cultural (antes Madrid era la fonda de todas las culturas; ahora, cada una tiene su rincón, su consejero); el poder social (surge con fuerza en cada región una nueva burguesía, una clase dirigente en lo político, en lo financiero, en los medios de comunicación). Madrid acumula la crisis del Estado y la crisis del centro. Por eso se muere.

Y así la crisis del Madrid oficial va calando, sudando las otras crisis. Y ya se nota. Pero algo no funciona, me dirán, porque Madrid también es periferia, y comunidad autónoma, y Ayuntamiento, y en el reparto del poder algo nos quedaremos. Cierto, pero eso no hace sino agudizar la contradicción y la crisis. Porque mientras la afirmación nacional o regional se va asentando en cada comunidad autónoma sobre sólidas columnas ciertas o reinventadas (historia propia, cultura, lengua, geografía), Madrid, mosaico humano universal, tiene lógicas dificultades para ello. Madrid no tiene ideología, decía un joven músico vasco, o tiene todas, diría yo, pero es verdad porque no la tiene propia y excluyente. Ésa es su grandeza y su cruz a la vez. Porque mientras todos avanzan, crecen y se diferencian, en Madrid queda el resto, lo residual.

Madrid es, siéndolo, algo más que una comunidad autónoma y un Ayuntamiento; debe renovar su carnet de identidad y configurar una nueva personalidad adaptada a los tiempos. Su crisis no puede superarse desde una visión burocrática de sus problemas; ni desde su condición de autonomía (ahí no podemos competir). Madrid necesita un revulsivo, un proyecto nuevo, una clase dirigente renovada, sin tantas canas ni tanta gomina, más divertida; un alcalde que no sea sólo eso, que no tenga despacho, que hable latín, o arameo; unos equipos de fútbol que sean también algo más que un club. No podemos resignarnos a que Tierno haya sido el último gran alcalde de Madrid.

Algo hay que hacer; Madrid no puede ser Bruselas, una inmensa mole babélica de cemento repleta de burócratas. Madrid no puede seguir tan triste y aburrida.

es secretario de Estado para las Administraciones Territoriales.

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