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El Barça sale a flote en Valladolid

Los azulgranas jugaron con 10 desde el minuto 17 por expulsión de Zubizarreta

Carlos Arribas

Difícil le pusieron el asunto a los de Cruyff. La caza a la que lanzó a sus hombres el entrenador del Barcelona se convirtió casi en una incursión por la jungla birmana. Por tierras pantanosas y ante enemigos a los que les venía de perlas la lluvia que no cesó de caer. Los poceros que se tiraron una hora achicando agua podían haber prestado sus botas a los futbolistas: mucho peor no habrían dado a la bola.Y más difícil aún, más flagelante la penitencia se la pusieron los propios azulgrana y el mismo profeta holandés. El problema es que el partido de ayer era uno más del cupo de encuentros apestosos que toca cubrir a lo largo de la temporada. Un partido de esos en los que se da por bueno simplemente salir vivo. Sin embargo, a estas alturas, y tal como está la cabeza de la clasificación, el Barça no sólo necesitaba salir vivo, sino también coleando. O sea, salir del barro como héroes: sacando dos puntos en las circunstancias más imposibles.

Zubizarreta fue el primero en atacar contra los suyos. Llegaba un balón largo hacia su área y él se adelantó para cogerlo. Hizo equilibrio sobre la cuerda: podía haber soltado un patadón y rezar para que el balón no fuera de rebote a algún enemigo. Prefirió el otro riesgo: agarrar con las manos la pelota en el borde del área; entre el barro, un resbalón inoportuno, un fallo de cálculo y su propio impulso, acabó fuera de su zona natural. El árbitro, Martín Navarrete, decidió aplicar la ley con todas sus consecuencias, lo mismo que se podía haber conformado con la tarjeta amarilla: para ambas decisiones tenía justificación.

Desde ese momento, el minuto 17, el de la expulsión de Zubizarreta, el partido se definió en toda su claridad y, casi paradójicamente, mejoró la situación para los azulgrana que quedaron sobre el campo. El Valladolid había empezado controlando la situación. No sólo el terreno iba mejor a sus características, sino que también se supieron colocar mejor. Y comenzaron a vaciarse. En todos los charcos había un blanquivioleta. Cualquier balón muerto, perdido en zona de nadie o intentado llevar en corto por un azulgrana, acababa en pies vallisoletanos. Rápidamente, desde el centro se lanzaba hacia adelante, sin importar mucho el sitio donde cayera, aunque preferentemente buscando las zonas de agua. Luego, lo que Dios quiera. O tempora o mores para Amavisca y compañía. Más bien lo segundo, dos ocasiones tuvo antes de marcar su gol, y en las dos no supo darle bien al balón en medio del agua. Tanto afán acabó con sus fuerzas.

Cruyff tardó tiempo en darse cuenta, pero lo notó y el partido cambió, sobre todo en el segundo tiempo. Koeman, que había intentado algún regate de floritura al principio, también se dio cuenta del percal que tenía entre manos. Ya nada de regates, sino balones hacia adelante. Bakero ya se había percatado, y entre los dos tiraron del Barça hacia adelante.

El espíritu agonístico de los dos hombres que decidieron agarrar el toro por los cuernos se contagió con rapidez entre sus siete compañeros de campo. Hubo como una conjura en el descanso. Se olvidaron de temores, perdieron miedo al agua y al barro, y dieron 45 minutos dignos de ser grabados: ataques de área a área; nada de buscar picardías o juegos de ventaja, sólo el vaciamiento total valía. El de los azulgrana y el de los pucelanos. Y a Stoichkov le llegó la onda de que era su partido y hasta Romario, que en un principio se temía que podía ahogarse en algún charco, supo disfrutar de lo lindo. Y demostró que ya no sólo marca goles de tacada, sino de uno en uno también.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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