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La caja de Pandora

Ha bastado que los delegados a un congreso hayan ejercido el derecho de voto individual y secreto para que los mares tranquilos en los que sus dirigentes pensaban realizar una pacífica y ejemplar travesía se hayan convertido en aguas turbulentas, a punto de sumirles en el naufragio. Tal vez existían otros motivos, otros agravios que expliquen el fin de la unanimidad en torno a los líderes reconocidos, pero si alguna lección se desprende del reciente congreso de los socialistas catalanes es que el voto secreto, esa pieza fundamental de la democracia, puede convertirse en una caja de Pandora para quienes ostentan el poder.Malos tiempos aquellos en los que es necesario insistir sobre lo obvio. La democracia, no como intangible sustancia envuelta en discursos populistas, sino simple y llanamente como reglas de procedimiento por el que cada miembro de una comunidad tiene el derecho a depositar, en plazos determinados de tiempo, una papeleta en una urna, ha sido denostada por las vanguardias históricas como una estafa, un engaño. Las gentes, dicen, no votan siempre de acuerdo con sus verdaderos intereses; suprimamos, pues, el riesgo de error y limitemos el derecho de voto a los miembros esclarecidos de la comunidad.

Eso fue lo que hizo el partido socialista en el año 1979 dando una vuelta de tuerca más para restringir la capacidad de voto de los delegados a sus congresos. La subrepresentación de las minorías y el voto por delegación son viejas artimañas para garantizar el poder de los órganos centrales sobre los afiliados. Los socialistas privilegiaron la solidez de la organización y la unidad en torno a los líderes, hasta el punto de suprimir el procedimiento más elemental de toda democracia y reproducir las técnicas de lo que los bolcheviques llamaban centralismo democrático. El resultado fue la unanimidad congresual, esos espectáculos sonrojantes para cualquier demócrata en el que los líderes aparecían aclamados, aplaudidos, llevados en palmitas por unos delegados que cambiaban, al parecer gustosos, el voto secreto por el aplauso ostentoso.

Eso se ha terminado; a partir del congreso del PSC, nadie se atreverá a cerrar la caja de Pandora porque desde ahora la no concesión del voto individual y secreto a los delegados a los congresos sólo podrá entenderse como negativa y temor de los dirigentes a someter de verdad los resultados de su gestión a la libre aprobación de una asamblea de demócratas Los burócratas del partido, los que han hecho del ejercicio de la dirección política su profesión, lo van a lamentar porque tendrán que convencer, conquistar la voluntad de cada delegado y no podrán contar en adelante con adhesiones colectivas, clave de toda organización autoritaria y de su propia reproducción en el poder.

Pero los demócratas lo van a celebrar, aun en el caso de que el voto individual y secreto conceda a la minoría -en el próximo congreso, la minoría que ha mantenido aherrojado al partido en una camisa de fuerza durante 10 años- una representación superior a la que los antiguos estatutos le habría otorgado. Es propio de la democracia abrir a los no demócratas, a los que desprecian el voto individual y secreto, un terreno de juego de las mismas dimensiones y con idéntico césped que a los demócratas. Guerra debe reivindicar, pues, ahora el voto secreto e individual, por él mismo, por sus fieles y por el público en general, al que le interesa saber -más que a nadie- hasta dónde llega realmente el poder del vicesecretario en la organización, hasta dónde la cultura política de los socialistas está impregnada de ese autoritarismo envuelto en demagogia populista que ha caracterizado al discurso de Guerra desde hace más de diez años.

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