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Sarajevo

Jorge M. Reverte

Es difícil escapar de la tentación de taxista cuando se habla de Sarajevo Cualquiera lo puede arreglar todo un gorrazo si le dejan el poder duran te una semana: se envían seis divisiones y se revientan a base de bomba de aviación las colinas que rodean ciudad. Sólo restarían algunos asuntos por resolver para quien se quedar con la responsabilidad posterior a 1 retirada del que pide la semana: cómo salir de allí es uno de esos asuntos.En cualquier caso, es cierto que 1 cautelas de la OTAN, de la Europa democrática, no han servido para resolver apenas nada. Se han arbitrado algunas medidas paliativas, de innegables resultados humanitarios, pero se mantiene la espantosa situación de miles de personas en toda Bosnia, cercadas por hambre, frío y metralla. No hay apenas indicios de que los asesinos que gobiernan Serbia y Croacia estén dispuestos a ceder una vida musulmana o un resquicio de tolerancia étnica en las zonas musulmanas (la tolerancia, la democracia son contagiosas: los fascistas las temen como a la peste).

Entonces, ¿qué hacer? Es, desde luego, la pregunta del millón de dólares. Pero hay algo que la conciencia de los europeos exige: una acción enérgica que demuestre a quienes asesinan que se ha acabado el turno. Clinton encabeza, a pesar de no ser europeo; la opción, quizá porque los norteamericanos (a quienes tanto nos gusta denostar) han tenido que venir dos veces este siglo para salvar a Europa de la intolerancia. El riesgo es enorme, pero no se puede permanecer más tiempo de brazos cruzados. La intervención militar es indeseable, pero es mucho más indeseable seguir contemplando la matanza. Una intervención militar que debe ser gradual, pero que, una vez comenzada, no se detenga hasta parar a los que pretenden el exterminio de todo un colectivo social.

Aunque sean musulmanes, salvemos a los bosnios.

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