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La bofetada

Enric Company

Raimon Obiols propuso en junio de 1992, después de la última derrota del PSC en las elecciones autonómicas, que los socialistas catalanes abrieran un periodo de renovación política y organizativa. La primera medida apreciablemente renovadora que se aplicaba desde entonces era el voto por delegados en el congreso en vez de por delegaciones. Sufragio universal secreto. La primera votación estalló anoche en el rostro del impulsor de la renovación, el propio Obiols, como una bofetada humillante.La gestión de Obiols no consiguió el apoyo de la mitad de los congresistas. Tenía razón Josep Maria Sala, secretario de organización del partido, cuando, la víspera del congreso, decía que había "un desencuentro entre el primer secretario y el 80% del partido". Cifras aparte, Sala tenía una correcta percepción del descontento imperante. Tenía el conocimiento propio de quien ha participado en la creación de la mayoría que la votación ponía al descubierto. El sentido exacto del voto de castigo es, no obstante, difícil de precisar. Ningún congresista se ha pronunciado contra la renovación impulsada por Obiols; sin embargo, ésta queda ahora completamente en el aire. Y la magnitud del rechazo ha dejado al PSC dividido en dos mitades, con una dirección saliente desautorizada en la que se hallan todas las grandes figuras del partido. Sin una alternativa a mano.

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A Obiols se le critica que ha dejado al PSC sin dirección política clara y sin liderazgo por lo menos desde la primavera de 1992, cuando los socialistas perdieron las elecciones autonómicas.

Sería ingenuo pensar, no obstante, que la bofetada no ha estallado también en el rostro de los restantes dirigentes del PSC. Narcís Serra acudirá dentro de un mes y medio al congreso del PSOE encabezando una delegación que, quiérase o no, representará a un partido dividido. Las dudas de Pasqual Maragall a la hora de aceptar o rechazar el envite de dar la réplica a Jordi Pujol en las elecciones autonómicas de 1996 no son ajenas tampoco a la sensación de incertidumbre, de falta de dirección, que se ha extendido en el PSC.

Sorprende que un político con la experiencia de Obiols, con una tan arraigada convicción de que los partidos políticos de ben ser sujetos vivos, no haya detectado la marea que hervía bajo sus pies. De todas formas, las primeras reacciones tras la vota ción indicaban que la magnitud del castigo superó las pretensiones de los cuadros intermedios que la habían organizado, con el consentimiento de Josep Maria Sala y la inhibición nada inocente de Narcís Serra. Pretendían que rondara el 30% de los votos, pero entre abstenciones y votos negativos superó la mitad. Y ahora lo que aparece no es sólo una crítica a Obiols, sino la existen cia de un sentimiento generalizado de que la dirección del PSC no responde desde hace tiempo a las expectativas de su base.

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