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Tribuna
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El beso

El cuento habla de una fermosa vaca asturiana que su orgulloso propietario quería preñar usando el preciado germen del semental más premiado internacionalmente. Realizó el hombre muchos viajes a lo largo y ancho del ingrato mundo, y por fin se trajo consigo un macizo ejemplar de toro, seguramente procedente de Australia, o quizá de las rubias estancias argentinas. Con mimo se le dieron unas alegrías al machote para que eyaculara sin prisas ni pausas, y, por último, un operario se acercó a la vacona y le endiñó una jeringuilla de este porte, repleta de la anhelada simiente. La vaca, que en ese momento se encontraba masticando con distraído deleite unas hierbezuelas, se medio volvió y, mirando al extraño por encima de las manchas del hombro derecho, musitó, entre resignada e indignada: "Así, no más,, ¿sin un besito?".No pude dejar de recordar este chiste cuando, anteayer, vi reproducida en todos los periódicos la foto de Zhirinovski abrazando, en una sauna, al jovenzano a quien acababa de besar en la boca. Parece que este hombretón, quién sabe si futuro gobernante de todas las Rusias que se hacen y deshacen, es una mala bestia y un auténtico peligro para la democracia propia y las libertades de los pueblos de sus alrededores, un azote. Sin embargo, contemplando esa imagen -a medio camino entre El beso, de Rodin, aderezado con eructos, y la Pietá, de Miguel Ángel, representada por hipopótamos apopléjicos-, me ha asaltado la desazonante sensación que debió de experimentar la vaca cuando la asaltaron por detrás.

Nada más lejos de mi ánimo que desear que Zhirinovski me bese en los morros. Pero ¿no creen ustedes que sería un detallazo por parte de los nuestros, que dedicaran algo de su tiempo a los prolegómenos antes de jeringarnos?

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