El Madrid se ahoga en su sangre
El equipo de Benito Floro quiso convertir el partido en una aventura épica contra el Tenerife
El Madrid murió enredado en su locura, ahogado en su sangre, víctima de su confusión y de su falta de identidad. Una inmolación descabellada que aboca al club a una crisis de consecuencias imprevisibles. Este equipo apocado, de carácter tristón, quiso convertir el partido en una aventura épica, una guerra contra el Tenerife y contra el mundo, con todos los elementos teatrales que presidieron las antiguas proezas europeas. Pero esta vena callejera hay que llevarla en el alma, y el Madrid contemporáneo está más preparado para los bailes de salón que para las disputas de cuchillo. Cambió el estilo por las patadas, un trueque intolerable que le llevó al desastre. Acabó con ocho jugadores en la cancha, metido en un mal sueno, aplastado por el Tenerife, cuya mayor virtud fue distanciarse de la pelea cuartelera que le propuso su rival.El aparato escénico del partido trajo a la memoria las viejas noches europeas del Madrid. El equipo salió conjurado desde el vestuario, con un aire chuleta, dispuesto a cumplir punto por punto los mandamientos de aquellas batallas que relata Valdano mejor que nadie. El primer principio del plan era esencial: el Madrid quería reservarse todos los papeles y sacar al Tenerife de la película. Todo le pertenecía, el primer tiro, la primera patada, el balón, las jugadas, las faltas, las protestas al árbitro. La consecuencia era sencilla: el partido también era suyo. Causó extrañeza esa vena aguerrida, muy teatral, en un equipo que cultiva poco la épica. El Madrid ha vivido los últimos años con una tibieza categórica y se hizo extraño ese viraje épico.
El primer tiro fue suyo, y el segundo también. Y en realidad, el Madrid gastó la mayor parte de su munición en esos dos remates de Dubovsky, desviados con agilidad por Manolo. El hilo del discurso siguió desde ese momento la línea dura que impuso el Madrid. La orden venía del vestuario, sin duda. Esta clase de partidos sólo son posibles si están premeditados. La idea quita autoridad a Floro. El técnico debió impedir esa apuesta insensata, ajena a su ideario. Si tenía que morir, Floro estaba obligado a hacerlo a su manera, y no de esa forma extravagante. El partido de ayer le quita a Floro cualquier autoridad para el futuro.
El Tenerife se sintió abrumado por la propuesta madridista. Permitió tres llegadas muy claras del Madrid y nunca pudo disfrutar del juego, impresionado por el corte extraordinariamente agresivo del Madrid, que negaba la pelota al equipo de Valdano por lo civil o por lo criminal. Los locales tuvieron la ocasión de pararse y pensar. Era el momento para cambiar de escenario. El Madrid tenla intimidado al Tenerife. Sólo le quedaba jugar. Pero prefirió echarse al monte. Llegaron las faltas, cada una más grave que la anterior. Poco a poco, el Madrid perdió el sentido de la realidad. Equivocó el partido por una cruzada, y en ese trayecto se ahorcó.
En la primera parte, el Madrid cometió 18 faltas, frente a tres del Tenerife. Fue sintomático que Milla fuera el primer expulsado. Milla es una jugador cartesiano, de esos que leen con precisión los partidos. Todo su trabajo es producto de un estudio metódico, incluidas las faltas. Entre todos los jugadores del Madrid, Milla es el menos llamado al desconcierto. Su expulsión manifestaba que todos los papeles se habían invertido. El más cuerdo se había vuelto loco.
El equipo de Valdano se había quitado de la plaza con mucha sabiduría. Apenas había jugado y se le notaba incómodo, pero tuvo paciencia y contestó con precisión. El golpe de efecto lo dio Aguilera, que aprovechó una pelota cruzada por Dertycia para salvar con autoridad a Buyo en el primer mano a mano del partido. La jugada era la enésima repetición de la estrategia que ha permitido al Tenerife derribar al Madrid en los últimos años. Los madridistas han muerto en cada balón cruzado al lado débil de su defensa.
El partido se acabó en ese instante. Estaba la posibilidad de un cambio de operaciones del Madrid, pero los locales se empeñaron en seguir el camino absurdo. Volvieron las faltas, el talante descarnado y esa necesidad inútil de imponerse por la vía emotiva. A esas alturas, el Tenerife ya estaba bien parado en el campo. Latorre brindó momentos espectaculares. Su descaro fue asombroso. En su segunda gran aparición, tocó en el medio campo, se trasladó al área y esperó el pase de Felipe. Su remate fue a la escuadra, un monumento de gol. Al Tenerife sólo le quedaba tirar del rondo ante el afán autodestructivo del Madrid. El tercer gol sólo sirvió para colocar a Latorre como protagonista de la noche. Un regate supersónico a Alkorta, la gambeta larga a Buyo y el pase a la red. Otra obra maestra. Y enfrente, el sonido y la furia. El caos de un equipo que acabó atropellado por la locura. Fue la clase de desastre que cierra una época y abre un periodo intempestivo.
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