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Una mujer culpa a la magia negra de haber perdido su trabajo y el marido

El pasado día 8, una niña de 10 años lloraba amargamente a la puerta del metro de Legazpi. La chiquilla, desconsolada, pedía dinero a los transeúntes. Deseaba viajar hasta Alcorcón para reencontrarse con su padre, al que no veía desde hacía dos años. Quería irse a vivir con él porque su madre, según confesó a los policías que la hallaron en la boca del metro, "Ia había echado de casa", y que lo último que deseaba ` era "volver con ella". Los agentes se presentaron en el domicilio y escucha ron un extraño relato de magia negra.

Eran cerca de las diez de la noche cuando una dotación policial halló a la menor, gimiendo, en las inmediaciones del citado metro. Había entrado la noche y el frío. La cría les explicó por qué buscaba a su padré y renunciaba a regresar a casa: "Mi madre me pega por cualquier cosa, por no hacer la cama o no recoger las cosas...". Los policías vieron que sufría ligeras heridas en una rodilla. Tras mucha insistencia, la convencieron para que subiese con ellos al vehículo zeta y les guiase hasta su domicilio, familar, situado en las inmediaciones del Rastro madrileño.

"Oraciones"

En casa estaba la madre, María C. J., de 47 años. Las lágrimas de la cría arreciaron cuando su progenitora abrió la puerta; al otro lado, los hombres uniformados. Los agentes pidieron explicaciones a la madre. El relato de ésta los dejó perplejos.

María C. J. atribuyó a la magia negra sus graves problemas familiares. Nerviosa, relató que había conocido a un hombre (J. C. G.) a través de la Iglesia Evangelista, confesión de la que afirmó ser devota y seguidora. "Desde que le conocí hace un año", se sinceró, "sufro agresiones derivadas de la magia negra sexual por parte de J. C. J."

No entró María C. en más detalles, aunque aclaró que ella, "mediante oraciones", conseguía librarse de los esotéricos juegos a que era sometida por ese hombre. Su hija, más frágil y débil, resultaba más susceptible de padecer el influjo de tales ritos, vino a decir la madre.

María C. J. declaró también a los agentes que quería huir, como fuese, de esa pesadilla, que la había colocado "en una situación límite". Culpó a la magia negra de sus problemas familiares; en concreto, de "haber perdido a su marido y el trabajo". No especificó el lugar donde se desarrollaban tales ritos ni si la niña había presenciado alguno de ellos, según fuentes de la investigación.

Los agentes optaron esa noche por dejarla en el domicilio familiar y citaron a la madre para el día siguiente con objeto de que ampliase sus declaraciones.

El día 9, ya en comisaría, María C. obvió toda mención a la magia negra. Ciñó su explicación a la huida de su hija de casa. Admitió que había mantenido una discusión con la cría por cuestiones domésticas y que, en un momento determinado, le había dado "algún cachete". En cambió, negó que la hubiese echado de casa. "Le dije, pero en broma, que hiciese sus cosas o que se fuera de la casa; y ella se lo tomó al pie de la letra", relató la madre.

Cuando la madre se presentó al día siguiente en comisaría para ampliar su declaración, la niña ya había cambiado de actitud y no se oponía a vivir con ella. Por eso, y porque no tenía signos de violencia, los agentes policiales descartaron llevarla con el padre: tiraron del archivo policial y observaron que el progenitor, de 36 años de edad, no vive en Al corcón, como creía la niña, sino en la localidad de Alcobendas.

También descubrieron algo que no les gustó nada: tiene antecedentes penales por un delito de violación.

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