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FUTBOL OCTAVOS DE FINAL DE LA COPA

Les dolía todo

Si 90 minutos duró el partido, en la mitad de ellos hubo accidentados, enfermos e impedidos. A los jugadores, uno a uno y por Junto, les dolía todo. Quién caía redondo agarrándose una pierna; quién en picado y luego se revolcaba con aparatosos gestos de dolor; quién se cogía la cabeza entrambas manos, oscilaba un poco, hacía así y se desplomaba como fulminado por el rayo.Ambos bandos tuvieron un reparto equitativo de accidentados, enfermos e impedidos. A los del Real Madrid les ocurrían los percances mientras iban ganando, allá mediado el primer tiempo, y mientras, mediado el segundo, iban perdiendo, les sucedía a los del Atlético de Madrid.

Ninguna novedad, por otra parte, ya que de tal naturaleza es el fútbol moderno, cuya estrategia demuestra que se resuelven mejor los partidos con el balón parado que en movimiento. Los virtuosos del regate o del pase en profundidad tienen mérito -nadie lo duda-, pero el jugador que en vez de eso sepa caerse como si le hubieran defenestrado desde un quinto piso, es un tesoro de valor incalculable.

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Los jugadores a quienes no toca caerse agradecen en el alma que otro se caiga pues así descansan un ratito. Verdaderamente, lo necesitan. Antiguamente los equipos salían al campo, pegaban unos balonazos y sacaban, desde el centro sin más dilación. Modernamente, en cambio, saltan a la hierba media hora antes y desarrollan una agotadora sesión de gimnasia, vengan brincos, unos pasos de tanguillo, vibrante cadereo, la danza del vientre, gran batimán, de manera que cuando el árbitro pita el comienzo del partido ya están sudorosos y jadeantes.

El público sigue parecida suerte. El de ayer en el Bernabéti ensayó una hora previa al encuentro su condición de forolada, templando sus bien dotadas gargantas y proclamando su ideología. Gran pancarta rezaba: "El madridismo, nuestra razón de ser", lo cual es cierto: ser del Real Madrid justifica toda una vida. Pero había otra más estremecedora en la facción contraria: "Nacidos para morir por tus colores". Jopé. Un afición dispuesta a morir resulta temible. Afortunadamente la situaron junto a la corte celestial, allá en el último anfiteatro, y no hacía más que ruido, si bien lo apagaba la masa Ultrasur, que rebullía atronadora a ras de suelo.,

Cuando por imprevista ventura lograban mantenerse en pie los 22 futbolistas, había ciertas jugaditas, fallidas triangulaciones también, pasando por Prosinecki, cuyas evoluciones poseían la rara virtud de poner nervioso al madridismo y su razón de ser. Al atletismo, por el contrario, le relajaba, le evitaba tener que inmolarse en aras de sus colores y exclamaban algunos: "¡Es de los nuestros!". Oirlo el entrenador madridista, lo sacó del campo, y si no le valió para ganar el partido, al menos aguó la fiesta a la militancia atlética.

Por entonces ganaba el Atlético, y sus doloridos jugadores se caían por doquier. La epidemia les duró hasta el final, y al acabar se marcharon, tan enterizos y pimpantes, con la satisfacción del deber cumplido.

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