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Tribuna:
Tribuna
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Saludo navideño

En estas fiestas navideñas me complace dirigirme a todos vosotros, vecinos de Madrid, sean cuales fueren vuestra raza, creencias o ideas políticas, y enviaros mis mejores deseos de paz y felicidad.Me voy a permitir, sin embargo, tener un recuerdo especial para los ancianos, los niños y los jóvenes.

Nuestros mayores necesitan todo nuestro cuidado y respeto para paliar la soledad después de una vida de entrega y sacrificio.

Los niños son el futuro. Si ponemos nuestro empeño para que realcen en su escala de valores principios como la amistad, la generosidad, la solidaridad con los más desfavorecidos y la ayuda a los demás, lograremos que el día de mañana sean no sólo buenos ciudadanos, sino también más felices por haber encontrado una noble razón de vivir.

Invito a los jóvenes a que en estas fiestas tradicionales, además de divertirse, reflexionen sobre la necesidad de regenerar la sociedad, de defender con más ahínco determinadas creencias, sentimientos y aspiraciones. Hoy predomina el espíritu consumista, empujado por una propaganda que adormece la voluntad de las personas, la búsqueda enfermiza de la riqueza como motor de una cultura carente de humanidad, la persecución del poder por el poder para usarlo en propio beneficio, y también, cómo no, el hedonismo, perseguido por quienes hacen del placer su único aliento y que provoca la llegada de falsos paraísos como la droga.

Para llevar a cabo la necesaria regeneración de la sociedad, la recuperación de valores tradicionales y la incorporación de otros nuevos que la evolución social va exigiendo, como plenamente en la juventud. Mi confianza se apoya en el hecho de que el joven es un ser con ansias de un futuro más auténtico, un ser crítico e inconformista con el presente y con los convencionalismos dominantes, un ser que desea y aspira a una sociedad mejor. Los jóvenes son la gran esperanza en la construcción de un mundo más justo. El tiempo de Navidad -finalización de un año e inicio de otro- es momento idóneo para reflexionar sobre el pasado y realizar una tarea de análisis y recapitulación, observando críticamente nuestra actuación con el fin de despojamos de nuestras rémoras, de nuestros malos hábitos, y efectuar los cambios precisos para afrontar el futuro inmediato con mejor aprovechamiento para los ciudadanos.

Éstos tienen derecho a exigirnos a quienes por su voluntad estamos a su servicio que lo hagamos con la máxima entrega, honradez y responsabilidad, así como a manifestarnos sus quejas por cuantos errores hayamos podido cometer en nuestra noble pero difícil tarea. Este derecho ciudadano tiene como contrapartida el deber de colaborar en la obtención de una ciudad más amable y humana. En mi calidad de alcalde de Madrid, me permito pedir vuestra ayuda para conseguir dos objetivos muy importantes: lograr una mayor fluidez del tráfico y mejorar la limpieza de nuestras calles.

Pensemos en el difícil problema de la circulación: nuestras calles, antiguas, estrechas las de la zona centro, insuficientes las de los barrios modernos, hacen difícil un tráfico fluido. Pero si todos hacemos un esfuerzo por observar las normas, si respetamos los pasos de peatones o las zonas reservadas de carga y descarga, si evitamos cualquier parada en doble fila que impide utilizar todo un carril, rendiremos un servicio a los demás, contribuyendo a que sea más fácil la circulación, más agradable la convivencia.

Igual sucede con la limpieza viaria. Personas que pueden presumir de tener un hogar nítido, reluciente, deben reflexionar sobre el hecho de que la calle es el hogar de todos, y como tal debemos respetarlo; no arrojar desperdicios, papeles, colillas; no permitir que nuestros queridos animales domésticos dejen huella molesta de su paseo habitual. El descuido en este punto cuesta cada vez más caro al Ayuntamiento, en definitiva, al bolsillo de los madrileños, y hace inútiles nuestros mayores esfuerzos. Muchos de los que se quejan de que Madrid está sucio no se dan cuenta de que esa situación la producimos nosotros, y que Madrid no estaría así si mejoráramos nuestro comportamiento cívico.

En Navidad, el ambiente, la sonrisa de las gentes, nos hace ser más optimistas. Diríase que viejas historias en las que se habla de amor, de pobres, de niños, de pastores y de magos obran el milagro de transformar nuestro ser, haciéndolo más sensible al mal ajeno y a las necesidades de todas la personas.

¿Cómo no acordarnos en estas fechas de quienes sufren el azote de la guerra, del hambre o de la enfermedad mientras asistimos, desde nuestra sociedad opulenta, a grandes banquetes y a contínuos brindis por la felicidad.

Como alcalde de Madrid hago un llamamiento a todos los madrileños, para que en estas fechas caldeemos nuestro corazón con la llama que brota del mensaje de amor navideño.

José María Álvarez del Manzano es el alcalde de Madrid.

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