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Tribuna
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Más sobre el 0'7%

El hecho de que todavía queden personas capaces de emprender cruzadas como la del 0,7% le reconcilia a uno con sus contemporáneos. Hace mucho tiempo que el Tercer Mundo ha dejado de ser noticia, a no ser que un fenómeno de la naturaleza, que en aquel mundo siempre se transforma en desastre, vuelva a enviarle a las primeras páginas de los periódicos. Sin embargo, existen personas que se niegan a que el hambre, la sed y algunas enfermedades benignas se conviertan en causa de desesperación, desgracia y muerte para millones de seres humanos. Hay personas que se niegan a que esa situación de injusticia se fundacíon el paisaje de lo inevitable, con la bruma de lo cotidiano. Que se niegan a redefinir la palabra solidaridad en función de la distancia a la que se padece la tragedia o la cultura a la que pertenece el pueblo que sufre.Gracias a los medios de comunicación, hoy sabemos lo que ocurre en el resto del planeta. Así, el valor de estas personas tiene mucho más alcance del que algunos creen. Nos obligan a adoptar una postura. A favor, en contra o de indiferencia absoluta. Esta última es mayoritaria, pero ahora es una postura consciente. El vecino de Occidente, del primer mundo, echa un vistazo a la situación y concluye que le importa un carajo. Pero ya no es el vecino que camina abstraído en sus preocupaciones y al que las cifras le aturden, sino que, por culpa de estos exaltados huelguistas, se ha rebajado a la condición de bestia, de animal, de especimen orgánico que vive preocupado tan sólo por su supervivencia. Esa ignorancia y despreocupación se transforman en ideología porque se razonan.

Cada uno tiene una idea de cómo debería distribuirse la riqueza y son pocos los que piensan que algo, aunque fuera un 0,7%, debería emplearse en que la inmensa mayoría del género humano escape de la angustiosa situación de ver morir a los suyos estúpidamente. Precisamente ahora, que empleamos toda la energía de la ciencia en prolongar la vida de los enfermos más allá del límite de la razón, que disponemos de sofisticados sistemas de rescate, de urgencias, de unidades de cuidados intensivos, precisamente ahora, nos enfrentamos a la terrible paradoja de situar el límite del "valor incalculable de la vida" en nuestras fronteras. Una vez traspasadas, la vida es una mierda, y como tal, carece de valor.

Un grupo de personas se encargan de recordarnos que, mientras argumentamos, discutimos y reivindicamos, sigue muriendo gente de hambre, de sed y de enfermedades benignas.

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