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Tribuna
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El etemo retomo

Juan José Millás

Había un coche en doble fila con una nota en el parabrisas que leí sin tocar: "Perdón por las molestias. Estoy en el número 25, piso 5, puerta 11 ". El número estaba allí mismo, junto al chino en el que acababa de comer, pero el ascensor no funcionaba. A ver quién sube cinco pisos andando después de una comida china con cerveza. Estaba por abandonar el automóvil y volver a por él en otro momento, cuando me dio un ataque de rabia. Yo nunca lo dejo en doble fila, aunque por miedo a los otros más que por respeto a la ley, la verdad: en esta ciudad no sabes nunca con quién te la juegas. Ahora ya no te dicen eso de usted no sabe con quién está hablando, ahora te dan con una barra en la base del cráneo, y luego se presentan. Por eso yo no dejo el coche en doble fila, porque me da dentera que me rompan el cráneo.Así que me asomé al número 25 y empecé a subir lleno de odio unas escaleras mugrientas, de madera, que gritaban de dolor cada vez que les ponía el pie en los lomos. En el tercer piso me paré a descansar y comprobé con sorpresa que se me había ido la rabia. No hay nada como el ejercicio fisico para alimentar la bondad. De repente me había puesto bondadoso y ensayaba frases bondadosas para reconvenir al infractor:

-¿Es usted el del coche rojo en doble fila? Cómo lo deja así, por Dios. He tenido que subir cinco pisos andando.

El piso 5 era un enorme pasillo con puertas numeradas a brocha, como los camerinos de un teatro viejo. Llamé con desconfianza a la 11 y se asomó un sujeto que me hizo un gesto imperioso de silencio antes de que me diera tiempo a hablar.

-Pase y espere un momento -bisbiseó.

Entré en una sala amueblada como un cuarto de estar antiguo. Sobre el sofá yacía, con los ojos cerrados, una chica joven con minifalda. El sujeto, de unos cincuenta años, se sentó en una silla, tapándome la visión de las piernas, y empezó a hablar con voz monótona. Advertí enseguida que la estaba sofronizando y me sentí un poco violento, pues esas cosas siempre me han parecido muy privadas., Al poco, no obstante, empezó a entrarme sueño y di una cabezada. Con los ojos cerrados, escuché al sujeto. Decía:

- -Muy bien, ahora imagínate que vas a coger tu coche, pero que hay otro en doble fila que te impide salir. En el parabrisas de este último ves una nota en la que el conductor indica dónde está. Entonces buscas el portal, entras en él, y empiezas a subir a pie, porque el ascensor no funciona. Visualiza bien el espacio; las escaleras son viejas, de madera, y aúllan como si las mataras cada vez que las pisas. Llegas por fin al lugar que indicaba la nota y sale un tipo como yo que te dice que esperes porque está atendiendó a un paciente. Te sientas, cierras los ojos, porque te ha entrado el sueño, y me oyes decir: imagínate que vas a coger tu coche, pero que hay otro en doble fila...

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Me dieron ganas de vomitar la comida china, porque la realidad se estaba poniendo circular, y a mí las realidades circulares me agobian mucho, me enloquecen. Dejé de estudiar filosofia cuando llegamos a la lección del eterno retorno: tenía la impresión de que el profesor contaba mi vida en público.

Total, que cuando me desperté para no vomitar, el sujeto y la chica habían desaparecido y a mí me habían robado hasta el carné de identidad. Bajé a la calle y vi otro coche en doble fila, también con una nota, pero esta vez me fui sin leerla. De esto hace un año ahora; el caso es que el otro día pasé con una chica por allí y le dije que aquel coche lleno de polvo, aunque no lo usaba, era mío, pero no me creyó. Nunca me creen. Es lo que quería decir con lo del eterno retorno, que ya están aquí otra vez las navidades.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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