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Siente un pobre a su mesa

Julio Llamazares

Ya he escrito de él varias veces, en ocasiones distintas y a propósito de asuntos muy diversos, pues Bernardo, el vaga bundo-jefe de la plaza de la Vi lla de París, es un filósofo de vía estrecha, pero muy polifacético. Sus opiniones sobre la Expo o sobre la guerra del Golfo, que fueron premonitorias de lo que luego acabaría sucediendo, así lo demuestran.Bernardo vive en un banco, justo enfrente de la Audiencia, desde hace ya 10 años por lo menos. Apareció un buen día sin previo aviso y sin decir de dónde venía y ya no se ha vuelto a mover de allí, salvo para ir al bar a por vino o al hospital en las dos ocasiones en las que lo llevaron por la fuerza: la vez en que se quedó dormido con las botas metidas en la lumbre, de frío y de borrachera (se le quemaron los pies y tuvieron que amputarle varios' dedos), y el día en que le atropelló un coche cruzando la calle de Génova y que le supuso medio año de hospital y un montón de tomillos en los huesos, aunque a Bernardo le consoló saber, cuando recobró el conocimiento, que, como el que conducía era el otro, fue a éste al que le hicieron la prueba de la alcoholemia.

Con esa resignación y con su particular sentido de la supervivencia, que incluye la amistad y el cariño de todos los vecinos (él nunca pide; le dan), no es extraño que Bernardo sea feliz sentado bajo los árboles y viendo pasar el tiempo. Nada hay mejor en la vida, me confesó él mismo un día, que un cigarro, una fogata, una botella de vino y una tertulia de amigos, "bien sea sobre mujeres, bien sobre hembras, bien sobre putas".

..Pero, por encima de todo, Bernardo es un hombre digno. Aunque pobre de solemnidad y sin otro porvenir que seguir bebiendo vino, Bernardo nunca pierde los papeles, ni se queja, y, por encima de todo, mantiene siempre la compostura. Recuerdo un día de Nochebuena, hará ahora cuatro años, en que me lo encontré en la plaza intentando prender fuego a unos cartones para combatir el frío. Estaba solo, fumando, inmóvil entre la niebla como una esfinge. Le pregunté por curiosidad -o por sentimentalismo, no sé- que dónde iba a cenar esa noche. Él me miró muy serio, bebió otro trago de vino, sonrió con escepticismo y me dijo: "Pues mira. Me ha invitado la señora de Mengano, la de Fulano, la del 15 de esa calle, la del 12 de la otra, la dueña del bar de enfrente y hasta la del restaurante de la esquina... Pero, ¿sabes lo que te digo? Que es una noche tan íntima que prefiero cenar solo".

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