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Europa en los Balcanes

La destrucción de Yugoslavia, considerada desde una perspectiva alejada e ideológicamente imparcial, aparece como el trágico impacto de sucesivos terremotos y convulsiones violentas e inesperadas acaecidos en la escena mundial. Dos procesos fatales -podría decirse metafísicos- han marcado el mundo en que vivimos: uno es la muerte de un proyecto de ideología totalitaria; el otro, el nacimiento de otro proyecto, igualmente fundamentalista, cuyas señas de identidad serían no sólo religioso-confesionales, sino también seudodemocráticas.Europa, al elevar el principio de secesión ilegal a la cima de los principios internacionales, ha libanizado voluntariamente los Balcanes sin darse cuenta de que es muy posible que pronto sufra en sus carnes la balcanización de su propio territorio, ya que por sí sola configura una Yugoslavia a escala mayor que, sin saberlo, espera que alguien la juzgue en nombre de los numerosos derechos nominales que siempre están presentes en los labios de sus políticos contemporáneos.

La ironía del destino ha querido que, mientras en el centro de Europa se destruía triunfalmente el muro que durante decenios dividió los dos bloques, alguien se apresurara a recoger todos los ladrillos derribados y construir en los Balcanes nuevos muros de divisiones represivas que, lamentablemente, no hacen más que anunciar nuevas crisis.

Europa, al no tener en cuenta, al menos, la historia del siglo XX y al dejar de lado el potencial explosivo de esta región multinacional, multicultural y multiconfesional -es decir, multicivilizacional-, ha prestado una contribución decisiva para que los Balcanes se conviertan en sinónimo de arenas movedizas, en lugar de ser un puente entre dos unidades geográficamente alejadas, un factor de acercamiento y mezcla de herencias y tradiciones polivalentes. Europa, espero que inconscientemente, se ha olvidado de que la península Balcánica forma parte integrante de ella; de que, por ello, las arenas movedizas no pueden aislarse, y de que sus límites -en este caso los países desarrollados de Europa occidental- con el tiempo se deslizarán inevitablemente hacia la perdición.

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En el caso yugoslavo, Europa ha sido demasiado orgullosa y demasiado irresponsable: en el comienzo le fue difícil descubrir la enfermedad, cuando era fácil curarla; más tarde, una vez que la enfermedad se extendió, fue fácil hacer el diagnóstico, pero prácticamente imposible la curación. Europa debió prever lo que significaba la unilateral aplicación del derecho a la autodeterminación y denegar la aplicación universal de tal derecho. Si ha decidido sustituir por sorpresa el principio de inviolabilidad de las fronteras estatales por el principio del derecho a la autodeterminación, no debió aplicar tal derecho selectivamente, máxime cuando cada país de Europa cuenta en su seno con una Bosnia-Herzegovina escondida que puede hacer que Estados homogéneos se conviertan muy rápidamente en un número mayor de Estados enfrentados entre sí. El nacionalismo no es patente exclusiva de los Estados de la península Balcánica, sino que es una enfermedad endémica de Europa, derivada de problemas no resueltos en el plano económico, financiero y social, y que puede emerger en el momento más inesperado. Por eso es engañosa la esperanza de que Europa pueda controlar el "caos controlado" de los Balcanes.

No se debe caer, pues, en la tentación de alabar "el nuevo racionalismo europeo", que, a pesar de todo, es solamente una expresión hábilmente camuflada del viejo concepto hegeliano de los "grandes hechos históricos". Sobre la base de tal racionalismo, Hegel, en su Historia de la filosofía, defendió sin ningún problema las intenciones de César de hacerse con el poder en Roma, y las justificó apelando al cumplimiento de Ia voluntad del espíritu mundial". En nombre de esa "voluntad del espíritu mundial", que hoy día se denomina de otra forma, podemos justificar todo ante nuestra conciencia, incluso la destrucción ilegal e ilegítima de un país. Es sintomático que Alemania, al igual que Europa, que la sigue fielmente, haya rechazado el moralismo y se apegue al racionalismo utilitario de Hegel. El racionalismo, parafraseando a un político europeo, puede llegar a tomar la forma del fundamentalismo. Su melancolía es contagiosa: por todas partes se desintegran los partidos, se forman nuevos movimientos religiosos o ideológicos, o se revitalizan los antiguos, que se consideraban históricamente derrotados... El mundo está listo para recibir fundamentalismos de todo tipo. Pero el fundamentalismo no es indispensablemente religioso. El nacionalsocialismo fue también una forma de fundamentalismo. ¡El mundo está preparado para eso!

Si el nuevo orden mundial sigue aspirando a poner en práctica el principio de la subordinación, entonces, no sólo es antidemocrático, sino que en él es posible apreciar ya la semilla del neoimperialismo. Y en ese caso, un día que creo que yo no veré pero al cual temo, un Husserl de la Europa moderna podrá exclamar melancólicamente bajo el lema de la Europa unificada: "El sueño ya se ha realizado".

A pesar de todo, espero que ese sueño no se convierta en realidad y que Europa cuente con la fuerza suficiente para no repetir sus errores en el futuro.

¡Por su propio futuro.!

Zeljko Simic es vicepresidente del Gobierno federal de la RF de Yugoslavia (Serbia y Montenegro).

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