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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los níños A y B

FINALMENTE SE ha roto el tabú: los niños A y B, Jon Venables y Robert Thomson, ambos de 11 años de edad, han sido condenados en el Reino Unido como autores del asesinato del pequeño James Bulger, de dos. El jurado que los ha encontrado culpables ha dejado con ello de respetar una regla social básica y hasta ahora inmutable del derecho penal: la de que los niños pequeños (no ya los menores de edad) no son responsables criminalmente de sus actos.Todo niño es capaz de maldad y puede causar daño. De hecho, es frecuente invocar la crueldad instintiva de que hacen gala los niños en relación con sus pares más débiles o marginados genética, educativa o socialmente. Pero en Liverpool, por primera vez, ha sido equiparada en unos niños la capacidad objetiva de hacer daño con el conocimiento de que lo estaban causando como consecuencia de su voluntad deliberada de causarlo. Un jurado compuesto por ciudadanos, horrorizado por el secuestro y la subsiguiente muerte de un bebé a pedradas y golpes, ha emitido el veredicto que la inmensa mayoría de la sociedad británica reclamaba: culpables sin atenuantes, sin atender a su edad, sin tener en cuenta el medio social en el que habían empezado a crecer.

¿Qué otra cosa podían hacer? En España, la ley no hubiera permitido que Venables y Thomson fueran siquiera juzgados. En el Reino Unido, en donde la normativa penal respecto de los menores es mucho menos rígida, ha sido posible. Y una vez que los dos niños se sentaron en el banquillo y que se demostró que eran los autores del crimen, el jurado tenía poca escapatoria. La proposición contraria, la declaración de inocencia o de culpabilidad atenuada, tenía que serles insoportable: hubiera supuesto llegar a la conclusión de que, en este final de siglo, debemos resignamos a que en casa nos crece una legión de asesinos en potencia, estimulados por un ambiente que favorece y trivializa la violencia. Esa respuesta no es aceptable.

Tampoco es posible achacar todo el episodio de la muerte de James Bulger a que los códigos genéticos de los niños A y B los impulsaran necesariamente a cometer violencia. Hay una nueva e insufrible cultura social, que nada tiene que ver con el cómodo culpable habitual, la televisión. Por presión de fuerzas imparables -el paro, la droga, el hacinamiento, la indiferencia social, el sida, la aceleración de los procesos vitales (hoy se vive mas pronto, más deprisa), la indiferencia ante lo que ofrece el porvenir-, existe una tendencia clara a trivializar la vida y la muerte.

¿Qué decir de los niños de la calle brasileña que hacen frente a diario a intentos deliberados contra su vida? ¿Qué decir de las bandas de delincuentes infantiles que, armados hasta los dientes, campan por su respetos en las calles de cualquier ciudad? ¿Qué decir de los adolescentes cabezas rapadas y hooligans futbolísticos? ¿Qué decir de una cultura televisiva que enfrenta a cada niño con miles de delitos, centenares de actos de violencia y el ensalzamiento de la impunidad? Sólo que los comportamientos sociales han cambiado notablemente en la última década. Todo eso no exonera a los niños A y B; tal vez hace más comprensible su comportamiento, apenas un paso más en la cultura de violencia.

Frente a la condena, sin embargo, la respuesta del tribunal ha sido la más sensata posible: Jon Venables y Robert Thomson pasarán encerrados en una institución especializada, a caballo entre el reformatorio y la clínica de alta seguridad, el tiempo que se requiera para enderezar sus vidas y voluntades. No lo ha sido tanto la respuesta de la prensa británica, sobre todo la amarilla. Dando rienda suelta a sus peores instintos y cebándose en el sentimiento colectivo de dolor, en la sensación colectiva y muy real de que la víctima ha sido la sociedad en su conjunto, lanzaba ayer los dardos más estridentes contra los criminales. Pero es afortunado que la legislación británica impida severamente publicitar la identidad de los justiciables antes y durante el juicio. ¿Qué daño irreparable se habría hecho a los niños hoy culpables y a sus familias si la sentencia hubiera sido de exculpación y previamente sus vidas y sus pesares hubieran sido expuestos impúdicamente a la luz pública?

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