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Un final adverso

El Madrid pierde en los últimos segundos ante el Olympiakos

Primero fue el Malinas. Luego le tocó al Estudiantes. Como no hay dos sin tres" llega el Olympiakos y hace lo mismo. La táctica consiste en aguantar como se pueda hasta el final (aunque sea a costa de cargarse el partido) y jugárselo todo en unas cuantas acciones de mano a mano, especialidad que no entra entre las mejores virtudes del Madrid. Tres partidos, tres desarrollos parecidos, tres idénticos resultados adversos.No suelen ser los finales de partido tiempos particularmente propicios para que superioridades de conjunto dicten su ley porque sí. No es hora de sumar centímetros, habilidades colectivas o recursos raciales, hacer una suma y sacar el resultado. Son momentos donde la cabeza se debe desentender de anteriores esfuerzos físicos y la capacidad de resolución individual habitualmente acaba dictando sentencia. El Madrid no posee desde un tiempo hasta esta parte ni lo uno ni lo otro. En los últimos cinco ataques frente a un Olympiakos limitado por la ausencia de Tarpley (apático hasta más no poder, pero con 2 10 centímetros de altura y destellos del grandísimo jugador que podía haber sido), el Madrid erró cuatro y sólo Sabonis logró una canasta a falta de nueve segundos, que pareció ser definitiva hasta que Sigalas, restando un segundo, la dejó en pura anécdota. Se fallaron tiros, se perdieron balones y los lanzamientos desde la personal parecían estar encomendados a los dioses blancos, supuestamente de vacaciones.

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Un equipo agarrotado

El Madrid parece vivir al margen de sus circunstancias. Su poderío físico no es explotado, el tradicional contraataque se limita a carreras en su mayoría con carencia de estilo y criterio definido. Sabonis es el jefe, pero no se le trata como tal. Al final, todo se reduce a un par de máximas. Si falla la mano de Biriukov, a rezar. Si Sabonis no puede quitarse moscones y árbitros de encima, todos a temblar.

De los 39 minutos anteriores a la canasta de Sabonis y la subida a los altares de Sigalas, mejor casi ni hablar. Los dos equipos se movían como dos gotas de agua en casi todo. Incluso la habitual táctica de Luyk de colocarse en zona en los saques de banda era imitada por su colega griego. Todo se reducía a un toma tú, toma él, fallo yo, fallas tú, rebote de Sabonis. Fassoulas y Sabonis se alternaban en cometer faltas personales, Tarpley veía el aro de lejos, Lasa intentaba echarle un poco de imaginación al asunto y Biriukov desarrollaba tanta voluntad como poco acierto.

Entonces llegó el toque de trompeta que señalaba la próxima resolución de la contienda (54-50, m. 37). El Madrid se volvió a atascar. Coherente final para un equipo que no acaba de soltar lastre.

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