Lo roto
El Roto es un filósofo. Ya lo era cuando se llamaba Ops y nos dejaba pasmaos a los de Triunfo por la ex traña retina del muchacho. Por ejemplo: un nasciturus se abre paso desde la placenta al infinito por el procedimiento de rajarle el vientre a su madre desde dentro. O la buena señora se había pasado de cuentas o, simplemente, se resistía a entre gar su retoño a un mundo en el que algún día padecería una reconversión industrial. Pero es que el otro día El Roto liquidó, con un solo dibujo publicado en Diario 16, 5.000 simposios posibles sobre la libertad de expresión, de información, de comunicación... chin pón... chin pón..., se den en la Complutense, en la Menéndez Pelayo o en el Club 21, 20 en Canarias. "La pluralidad", más o menos decía el personaje de El Roto, "consiste en poder decir hoy todo lo contrario de lo que dijimos ayer". Más o menos. Ahí queda eso. Cada noche entran algunos banqueros por las ventanas mal cerradas de los medios de comunicación, acuchillan al banquero allí insalado y al día siguiente el código del medio ha cambiado de dueño, pero nunca el código en lo sustancial, porque la monótona verdad unilateral y mayoritaria de todas las mañanas se acicala con los afeites de la diversidad sobre el rostro de la misma verdad una, grande y libre.La pluralidad es el sine qua non de la democracia, de ahí que todavía nos entretengamos jugando en la bolsa de las verdades formales como máscaras de mentiras fundamentales. Detrás de la máscara con bigotillo, el apocalipsis del Estado más o menos asistencial, pero es que detrás de la máscara con las sienes plateadas por el martirio, la misma apocalipsis del Estado más o menos asistencial. En mayo nos decían que nada de eso. Y ahora que no hay más remedio. Pluralidad. Ésa es la pluralidad y lo demás nostalgia y utopía, a partes iguales.
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