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Chalaneos

Jorge M. Reverte

Juan Ramón acostumbra a desayunarse con un cruasán mojado en cafelito con leche. Siempre a la misma hora y siempre en el mismo bar. Luego, abre el taller de arreglo de zapatos y se entrega a su oficio hasta las doce pasadas, cuando vuelve al bar contiguo al primero y se asesta un pincho de tortilla regado con un par de cañas.Un día, Juan Ramón recibió una extraña visita. Un señor con gabardina llamó a su casa, le preguntó su nombre y le miró de arriba abajo. No quería más. Juan Ramón, que es enano, no se sorprendió de la mirada, que corrió en la dirección a la que su condición física obliga. Se sorprendió de que sólo le preguntara eso y se fuera. Era una comprobación de identidad. A partir de la visita, Juan Ramón no volvió a pagar un desayuno ni un pincho de tortilla. Era invitado de manera sistemática por dos señores (uno en cada bar) que acabaron hablando con él de fútbol y coincidían con él en los juicios sobre el Real Madrid. Acabó siendo amigo de bar de ambos. Con la charleta, llegó a saber que sus invitadores eran farmacéuticos que le invitaban, además, a visitar sus boticas y le regalaban bolitas de anís y muestras de crema hidratante.

Como no hay enano bueno, Juan Ramón acabó por adivinar que las razones de tanta simpatía radicaban en que, todos los meses, sus gastos de farmacia sólo en hormonas pasaba de las cien mil pesetas por cada miembro de su unidad familiar (todos enanos), y que el margen de beneficio para sus amigos era de unas treinta mil por receta.

Juan Ramón chalanea ahora con las dos farmacias, se mete en la administración y ha colocado a una de sus hijas detrás del mostrador, con un cajoncito al que se sube para atender a los clientes. Juan Ramón es un enano canalla, lee tardíamente a Foucault y teoriza sobre los micropoderes en los bares.

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