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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El regreso republicano

NUEVA YORK es la ciudad más emblemática, pero a la vez menos representativa de Estados Unidos. Y, en ese sentido, las elecciones que en ella ocurren -especialmente las municipales- reflejan las tendencias políticas y sociológicas de todo el país, por un lado, y simultáneamente dan respuesta sólo a las complicaciones típicas de la gran urbe, por otro.El martes se celebró la elección de alcalde de Nueva York. La ganó el republicano Rudolph Gitiliani, derrotando por estrecho margen al hasta ahora titular, el demócrata David Dinkins. La noticia sería relativamente banal si no se dieran varias circunstancias importantes: Dinkins ha sido el primer alcalde de color de Nueva York; Giuliani fue en esta ciudad un fiscal de distrito de particular dureza hasta 1989, año en que perdió los primeros comicios que le enfrentaron a Dinkins en la lucha por la municipalidad. Es más, es la primera vez en 20 años que un republicano arranca el cargo a un demócrata. A partir de principio de la década de los setenta, al republicano Lindsay -que en cuatro años de gestión elegante y hollywoodiense había conseguido arruinar por completo la ciudad, acumulando sus miserias a las propias de la gran recesión norteamericana de finales de los sesenta- sucedieron sucesivamente dos. demócratas judíos, Abe Beam y Ed Koch. Desde entonces y hasta el martes, los demócratas han controlado la alcaldía apoyándose precisamente en las dos minorías más poderosas de la ciudad: la comunidad judía y la negra. Y aun así, Lindsay no era un republicano clásico, sino que formaba más bien parte de la minoría liberal del partido, comandada desde Nueva York por el gobernador Nelson Rockefeller. De modo que puede decirse que la Gran Manzana ha estado ininterrumpidamente en manos liberales durante el pasado cuarto de siglo.

¿Cómo ha sido posible romper la inercia? En primer lugar, la contraposición de personalidades ha sido importante: Dinkins es un hombre relativamente gris y anodino; frente a él, Giuliani es un descendiente de italianos, duro y activo, siempre agresivamente dispuesto a combatir el crimen (él mismo se vanagloria de que en los seis años de fiscal obtuvo 4.125 condenas contra 25 declaraciones de inocencia). En segundo lugar, los cuatro años de Dinkins han estado presididos por una progresiva degeneración de las relaciones interraciales en la ciudad. De este modo, la colonia hispana (un 15% del voto), a la que los vecinos de raza negra han enajenado, ha votado no de forma masiva, pero sí mayoritaria a favor de Giuliani (del mismo modo que se decidió por George Bush en las presidenciales del año pasado). En tercer lugar, mientras la población negra (aproximadamente el 30%) ha votado por Dinkins, la inmensa mayoría de la blanca (que constituye prácticamente el 50%) se ha pronunciado a favor de Giuliani.

Finalmente, Nueva York es particularmente sensible a una evolución cíclica de grandes altibajos: los momentos de crisis económica (principio de los setenta, principio de los noventa) coinciden con etapas de elevada criminalidad e inseguridad ciudadana y con enfrentamientos raciales graves. Los puntos altos de la curva de recuperación económica han coincidido tradicionalmente con momentos álgidos en los campos de la convivencia y la cultura. A mayor optimismo, mayor presencia demócrata; inversamente, el pesimismo y el miedo parecen traer a los republicanos.

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De todo ello se sigue que, a las características típicamente neoyorquinas de la elección, pueden superponerse grandes corrientes reconocibles a nivel nacional y que han influido significativamente en la elección de Giuliani. Por una parte, obviamente se está produciendo una renovada tendencia a la recuperación de la política de ley y orden, frente a las grandes algaradas urbanas, como las ocurridas en Los Ángeles el año pasado. El mero hecho de que la alcaldesa de Washington -la capital del mundo libre- haya pedido que la Guardia Nacional patrulle las calles porque nadie más es capaz de garantizar el orden público, es revelador de una situación dramática, pero también de una psicosis más cercana a los conceptos expresados en parte por la filmografía norteamericana más futurista, como Robocop, que a las preocupaciones sociales que piden la inversión masiva de fondos estatales no en la represión, sino en programas acelerados de rehabilitación ciudadana. En este sentido, no deja de ser revelador que, 10 meses después de la elección de Bill Clinton, dos feudos tan tradicionalmente demócratas como las gobernadurías de los Estados de Nueva Jersey y Virginia hayan pasado a manos republicanas, igual que anteriormente sucediera con las alcaldías de Chicago y Los Ángeles.

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