La tragedia del pueblo sin patria
Los gitanos constituyen en el Este el chivo expiatorio de los Gobiernos que quieren ocultar sus dificuIdades
HERMANN TERTSCH ENVIADO ESPECIAL
La violencia contra los gitanos en el este de Europa ya ha causado la muerte de decenas de miembros de esta minoría en los últimos tres años. Más de 400 casas fueron incendiadas en tan sólo dos años. El recurso a esta limpieza étnica a pequeña escala, así como la expulsión violenta de los gitanos de pueblos donde entraron en conflicto con la población mayoritaria, se extienden rápidamente.
En la localidad rumana de Bolentina, la población quemó en julio de 1991 26 casas de gitanos y expulsó a todos sus moradores, un total de 137, en respuesta a la supuesta violación de. una mujer por un gitano. Nunca se comprobé la veracidad de esta acusación y nadie fue detenido por su participación en este pogromo antigitano.
Los gitanos, que sufrieron con los judíos la persecución y los campos de exterminio nazis -perdieron en éstos más de medio millón de vidas-, corren ahora el peligro de convertirse en la minoría a liquidar por sociedades y gobiernos que buscan cabezas de turco sobre las que verter el odio del ultranacionalismo emergente y la frustración por las dificultades de estas economías en transformación o colapsadas. De los entre siete y ocho millones de gitanos que viven en el continente, el 70% se concentra en Centroeuropa y los Balcanes.
Son el pueblo sin patria que queda en Europa, dy este continente, dice Nicolae Gheorghe, presidente de la Federación Rumana de Gitanos, tiene ante sí el reto de defenderlos ante la amenaza de que los nacionalismos tribales emergentes intenten por segunda vez en este siglo hacerlos desaparecer.
La pasividad de las autoridades ante esta violencia tiene explicación ante el gran consenso antigitano que existe entre las mayorías, especialmente en Eslovaquia y en Rumania. Una encuesta publicada la pasada semana demuestra que el 77% de los rumanos proclama públicamente su hostilidad a los gitanos. La minoría alemana en Transilvania, en trance de desaparición por emigración y cuyas casas abandonadas suelen ser ocupadas por gitanos, muestra aún mayor repulsión.
No hay minoría que crezca con mayor rapidez, no hay minoría que llame más la atención por su vitalidad, su forma de vestir, por su omnipresencia en las calles, en el comercio ilegal e legal-, en la mendicidad y pobreza y en la manifestación de su riqueza. No hay, finalmente, minoría que se haya resistido más a su integración después de que sus tradicionales fórmas de vida fueran destruidas.
Palizas y desempleo
Casas quemadas, palizas indiscriminadas a manos de jóvenes neonazis y skinheads, imposibilidad virtual de conseguir un empleo regular por falta de formación, analfabetisimo y hostilidad de las mayorías son problemas comunes de los gitanos en todo el este de Europa. Nadie sabe cuántos son, ya que muchos evitan los censos y otros mienten sobre su origen étnico.
Ciudades como SkopJe, en Macedonia, Tirgu Mures o Sibiu, en la Transilvania rumana, barrios de Belgrado, zonas industriales pauperizadas como Ostrava, en la República Checa, o Kosice, en Eslovaquia, cuentan con grandes concentraciones de gitanos. Ellos tienden a exagerar su número, mientras los países que los albergan suelen minimizar su presencia como si de un estigma se tratara.
Los Gobiernos en el este europeo no han concebido otra política hacia los gitanos que no sea la meramente policial. "Desgraciadamente, la situación económica ha creado unas condiciones favorables para los extremistas promotores de racismo, ultranacionalismo y xenofobia" reconoció, el presidente rumano, Ion Iliescu, en un seminario sobre las minorías gitanas en el Este celebrado en las cercanías de Bucarest, hace unos meses.
La política de represión y marginación ha fracasado especialmente porque no ha podido reprimir la natalidad de la minoría. También ha fracasado la coordinación entre Gobiernos para intentar sufragar la exportación de esta minoría. El Gobierno de Bonn pagó durante años ingentes sumas de dinero a Bucarest a cambio de permisos para que miembros de la minoría alemana salieran de aquella inmensa cárcel que era Rumania. Hoy Bonn paga a Bucarest. a cambio de que ésta acepte a los gitanos rumanos que han entrado ilegalmente en Alemania.
Dinero tirado por la ventana, sugiere el primer ministro rumano, Nicolae Vacaroiu, a EL PAÍS. "Los gitanos se consideran ciudadanos del mundo. Nuestras relaciones con Bonn han permitido la repatriación de muchos gitanos rumanos. Gran parte de ellos seguro que ya están de vuelta en Alemania", dice Vacariou. El jefe del Gobierno rumano es un hombre sincero que lucha con más dedicación que éxito en favor di las reformas económicas. Sin embargo, en la cuestión gitana, hasta Vacaroiu cae en los eufemismos. Cuando habla de "buenas relaciones con Bonn" se refiere al pago de una serie de millones de marcos que Alemania concede a Rumania para la ayuda social a los expulsados, pero que, según los líderes gitanos, jamás llegan a su destino.
"También es cierto que hay algunos gitanos que trabajan, que mandan a sus hijos al colegio y son serios" añade. "Tienen muchos millones", confirma el portavoz del Gobierno, Ioan Roska, reflejando así unos prejuicios generalizados.
Vacaroiu asegura que los incidentes habidos fueron precedidos por "provocaciones" de los gitanos. Sin excluirlo, los líderes gitanos recuerdan que los pogromos contra los judíos siempre fueron precedidos por rumores sobre. algún crimen cometido por éstos. El rumor como motor del crimen racista y justificación previa del mismo vuelve a ser actual en los Balcanes.
"Son unas hienas"
"¡Fuera gitanos!" y "¡Muerte a los gitanos!" son pintadas que proliferan ya por Bucarest y otras ciudades rumanas. La prensa rumana asegura que en ciudades como Constanta, Ploiesti y Rimnicu Vilcea se han constituido ya grupos de activistas racistas que planean acciones violentas coordinadas contra la presencia gitana en sus calles. "Hay que acabar con esta peste". "Son unas hienas". "Fuera parásitos" son frases que resuenan inmediatamente en una conversación sobre el problema gitano, pronunciadas incluso por rumanos por demás moderados.Roto el férreo orden de la represión comunista, el conflicto interétnico ha surgido con gran ímpetu. El mínimo grado de integración, la miseria y el nulo respeto mutuo entre las comunidades han hecho de los gitanos la perfecta cabeza de turco ante las frustraciones de la reforma poscomunista, la paralización económica y las durísimas condiciones de vida. Cada vez son más los rumanos convencidos de que los gitanos "no son integrables". La conclusión es que deben ser expulsados, y vecinos en diversos pueblos han empezado a tomar esta iniciativa en su entorno inmediato.
Desde la II Guerra
Esta política no es nueva en Rumania. El mariscal Ion Antonescu, jefe del estado filonazi durante la II Guerra Mundial, proyectó grandes campos de concentración para gitanos en el este del país en un plan que sólo frustró el cauce de los acontecimientos en el frente balcánico y oriental en los años 1943 y 1944.
Antonescu ya cuenta con los primeros monumentos en Rumania. Su rehabilitación parece sólo cuestión de tiempo. Después del fulgurante éxito de la limpieza étnica practicada por las fuerzas serbias en Bosnia-Herzegovina, ultranacionalistas rumanos también esperan poderse librar de la misma manera de sus minorías. La húngara, arraigada y próspera en Transilvania, tiene un Estado vecino que la protege. Pero los gitanos, olvidados por todos, no tienen esta suerte, y constituyen por tanto la víctima propiciatoria. Así quedarían también rehabilitados en Rumania los viejos métodos del mariscal Antonescu.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.