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Tribuna
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El rifo

Francisco Peregil

Nosotros llamamos rifos a los bebés que alquilamos para pedir limosnas. Se les droga y se les pega, pero no se juega; con ellos no se juega, comisario, se lo digo yo que tuve muchos en mis manos, ahí enfrente, junto a El Corte Inglés. Comimos bastantes familias, dése cuenta que siempre había alguien dando el agua, y algún policía incluso, sí, sí, algún madero bronceó a su gorda en Benidorm a costa de mis rifos. Cuanto más lloraban los niños, más ganábamos todos. Hasta 100.000 pesetas arrebañé una mañana. Pero se sorprendería usted, con su corbata de 8.000 duros y el cocidito dentro de un rato, de lo mezquina que puede ser la gente. ¿Cuándo cree que soltaban más dinero? El día posterior al partido España-Malta.Algunos rifos me ven al cabo de los años, me miran, miran al angelito de turno y no me guardan rencor, saben que la vida es un negocio. ¿Ternura hacia ellos? ¿Por qué? ¿Por sostenerlos seis horas en brazos durante semanas y meses?: la justa para que no se te mueran abrazados a tu pecho de un gripazo. Unos quince pasaron por estas manos de costra sin que las madres mostrasen la mínima compasión. Que prefiero mi libertad, que ya vale con mi llanto para tener que escuchar el del mocoso, decían.

Pasaron 12 meses desde que aquella gitana me lo dejó, y el niño parecía sano y guapo. Era distinto, se ponía a llorar cuando me veía beber o cuando me olía alcohol en el aliento. No deliro, comisario, y le voy a decir más: su llanto inspiraba más compasión que el de cualquier niño. Ella me miraba, me di cuenta; primero, desde los taxis, de paso; después, andando, también de paso, por la otra acera, y más tarde, con un descaro preocupante. Hasta que me habló:

-Me lo llevo.

-¿A dónde?

-Conmigo, con su madre.

Hacía frío. Salí corriendo a trompicones, con la criatura berreando en mis brazos, y ella detrás, comiéndose la gente. Se lo di. Era guapa, gitanona; un lunar en los labios, algo único, y se lo llevaba. Cuando a uno le quitan algo de ese modo, se pasa mal. ¿Por qué me quitaban precisamente aquella criatura, que me la entregó casi muerta y tuve que prestarle más atención de la que dediqué a mi persona en 50 años? Recorrí todas las chabolas de Los Focos, La Celsa, Pitis, las pensiones, los hoteles, y no hubo manera. Durante todo el invierno, lo juro, no se ría, no probé un litro de vino, ni siquiera un cigarro. Los tipos como usted tienen hijos, mujeres, compromisos. Pero yo, lo único que he ansiado en mi vida es criar a ese niño. Y ahora que lo encontré, ¿no querrá usted quitármelo? Ni usted ni nadie, ¿verdad?

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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