Los pícaros patentan ingeniosas triquiñuelas
Cómo 'comprar' amor con un talón sin fondos o vender un piso 14 veces
Josefina, de 59 años, argentina, se lo montó bien. A sus manos llegó, no se sabe cómo, el documento de identidad de Eusebia, una abogada de probada solvencia económica. Josefina se arrogó la personalidad de Eusebia y le sacó provecho. Acudió a finales de 1989 a un banco de la calle de Goya, de Madrid, y abrió una cuenta corriente con ese carné. Los empleados no sospecharon nada y, como a cualquier otro cliente, le proporcionaron un talonario de cheques.
Con el bolso lleno de talones -sin fondos- se plantó en un gran centro comercial de la Castellana y se gastó 26.000 pesetas en material fotográfico. Al no encontrar trabas, le cogió gustillo al asunto. Después, acudió a una tienda de la calle de Serrano y, también a golpe de talón, se llevó un buen montón de ropa que costó 163.140 pesetas.
Días después, se mercó un reloj y dos cadenas de oro, esta vez en una joyería de Arturo Soria (199.000 pesetas). Se pasó días enteros de, compras hasta agotar el talonario. Y cuando los acreedores pretendían cobrar los talones, la respuesta del banco era la misma: en esa cuenta no hay ni un duro.
Los chanchullos de Josefina no pararon ahí: necesitaba llamar por teléfono. Se las ingenió para dejar a Telefónica una factura de 33 millones de pesetas. Ella sólo puso de su bolsillo el enganche de la línea.
¿Cómo puede gastar un ciudadano 33 millones de pesetas en conferencias sin pagar nada? Josefina se organizó así: alquiló un piso por 43.000 pesetas al mes en la calle de Guipúzcoa. Y contrató dos líneas de teléfono. Ambas gestiones, como todas, a nombre de la vapuleada Eusebia. Cuando ya llevaba 19 millones en conferencias, desapareció del piso. Y volvió a empezar: alquiló otro y colocó dos líneas de nuevo. Después se largó sin dejar rastro, cuando la factura subía a 14 millones.
Carniceros burlados
Su ingenio tampoco se detuvo ahí. Consiguió -como siempre, merced a la solvencia dela abogada Eusebia- una tarjeta con un amplio límite de crédito. Tan es así que, pocos días después de obtenerla, se pasó por El Corte Inglés, donde se gastó 921.442 pesetas en diferentes artículos. Ese mismo día intentó comprar por un valor de 113.000 pesetas más, pero la compañía que le había entregado la tarjeta de crédito ya había avisado a El Corte Inglés de que no la aceptase. Al final fue detenida: casi cinco años de cárcel.
Si ingeniosas fueron las artimañas de Josefina, no menos lo parecen las empleadas por Elvira C. B. (entonces soltera, madrileña y sin profesión). Acudió a las inmediaciones de la calle de Álvarez de Castro. Allí se ubican la peletería Alfredo y una carnicería. "Oiga", le dijo al carnicero"soy empleada de Alfredo, el de la peletería. Que si puede dejarle 100.000 para cambios...". El carnicero, como buen vecino, le soltó los billetes uno detrás de otro. No obstante, envió a una de sus empleadas para que la siguiese. Vio que, efectivamente, se metía dentro de la peletería y deshizo cualquier sospecha.
Ya en la peletería, la supuesta empleada urdió otra artimaña: "Hola, soy la sobrina del carnicero". Tras observar un rato las estanterías del local con la naturalidad de un profesional, pidió: "Me gustan estas pieles, ¿me las puedo llevar a casa para probármelas y ver qué tal le parecen a mi cuñada?". Hasta el juicio, ni el carnicero ni el peletero volvieron a saber de ella. La sentencia fue de un mes de cárcel y pagar lo sustraído.
Con las tarjetas de compras también hay que extremar el cuidado. Si se extravían o son robadas, lo mejor es denunciarlo sin perder un segundo. Si no, se corre el riesgo de que lleguen a las manos de individuos como J. M. T. Hasta que le pillaron, se gastó 700.000 pesetas. En un solo día, con una tarjeta robada de El Corte Inglés, adquirió casi 40.000 pesetas en calzado; 17.000 en camisas; 25.000 en ropa de señora... Antes de ser detenido aún pudo. volver al centro comercial a comprar una televisión y un video (168.000 pesetas). Fue condenado a un año y dos meses de cárcel.
Aparte de causar una buena impresión -fundamental para el éxito del engaño-, si el estafador es un hombre entrado en años, mejor que mejor: merece más confianza. Fue el caso de José L. (jiennense de 70 años). Acompañado de una mujer, acudió el 21 de agosto de 1991 a una joyería del centro comercial Parquesur (Leganés, localidad de 172.000 habitantes). Repasó las estanterías y eligió dos figuras de plata, una cadena y una cruz de oro. Total, 158.000 pesetas.
Buenas maneras
"Le pagaré con un cheque, si no le importa". El dependiente se negó. El pícaro cambió de estrategia y puso en marcha el plan B. "No te preocupes", dijo en voz alta a su acompañante (lo suficiente para que le oyese el dependiente), "me acerco en un momento al banco o a mi oficina de Mercamadrid y cojo más dinero".
"Sus buenas maneras, respetable edad, aspecto... ", todo influyó, según la sentencia judicial, para que al final el empleado aceptase el cheque. El pobre dependiente entendió como una prueba de confianza el hecho de que aquel hombre se ofreciera a entregarle un talón con el total de la compra (158.000 pesetas) y sólo se llevara la cadena y la cruz de oro (58.000). El pícaro invir tió los papeles. Volvería otro día a por las dos figuras de plata, después de que el banco hiciera bueno el talón al comercio. El disgusto llegó más tarde: no había dinero en la cuenta.
Artimañas para quedarse con la gente -y con su dinero- hay por un tubo. Y en una capital como Madrid, donde casi nadie se conoce, todavía más. El Juzgado de Instrucción número 2 investiga hoy el caso de una pareja que vendió 14 veces un mismo piso. ¿Cómo? Echándole mucha cara y poniendo un anuncio reclamando compradores. Fue algo así:
-¿Le gusta el piso?
-Sí.
-Pues bien, tengo otras ofertas. Si quiere cerrar el trato tiene que darme ya la entrada (alrededor de 900.000 pesetas, en unos casos).
Así picaron 14 personas.
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