El teleférico de los hermanos Marx
Lo peor no fue la ascensión, sino el descenso. Ciento cincuenta ciclistas agotados y hambrientos, otras tantas bicicletas, un par de centenares de periodistas con prisa, varias decenas de masajistas, guardaespaldas, mecánicos, comisarios, técnicos e invitados pasaron como pudieron por el cuello de botella del teleférico de Saint-Lary, la única vía de acceso desde la meta a la población del mismo nombre. Las 50 plazas de la oscilante cabina resultaron insuficientes y la evacuación se convirtió en un goteo exasperante, sobre todo para los corredores, ansiosos de llegar al hotel y descansar. "Este es el teleférico de los hermanos Marx", gritó con buen sentido comparativo un francés del equipo Gan.Por allí pasaron todos, desde el líder hasta el farolillo rojo, unidos en una misma fatiga. "Nadie quiere bajar en bici, pero no sé si cabremos todos", apuntó Miguel Induráin. Los primeros momentos fueron de máxima tensión. El australiano Phil Anderson, del Motorola, y Cristophe Capelle, del Gan, casi llegan a las manos con uno de los periodistas que intentaba entrevistar a Induráin en la sala de espera del teleférico. El masajista del Telekom, gordo, grande y feo como pocos, agarró a otro informador y lo lanzó unos metros más allá. "Fuera de aquí, esto no es una sala de prensa", gritó Andersen dando empujones al reportero. A pesar de ello, las palabras de Induráin pudieron ser transcritas: "Hoy ha sido un día importante. Creo que los tres [Jaskula y Rominger y él] estaremos en el podio. Jaskula cada día está mejor. Yo he llegado muy justo de fuerzas. No podía más, pero mi misión era defender el jersey amarillo, no ganar la etapa".
Induráin destacó el desfallecimiento del colombiano Alvaro Mejía, quien, pese a entrar a más de un minuto, mantuvo su segunda posición: "Yo no diría que estaba cansado, pero mis piernas no han aguantado como otros días. Las notaba hinchadas".
El suizo Alex Zülle aprovechó la espera para desnudarse y cambiarse de ropa, lo que satisfizo a alguna de las seguidoras apostadas en las ventanas. Entre golpe y golpe de tos, acertó a decir: "Me he sentido muy mal".
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