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Entrevista:

"Habría pagado por tener una cara normal"

YOKO TAIRA BAILARINA

Juan Carlos Sanz

Los suaves rasgos orientales contradicen a una melena rizada que cae desde más de 1,70 metros de estatura. Con aploma, pero sin gestos ceremoniosos,, su conversación fluye en un castellano muy ajeno al de las academias de idiomas. Un leve deje asturiano marca el final de sus frases. Y, sin embargo, parece japonesa. Su desparpajo con el castellano derriba todas las barreras cuando alguien quiere hablarle con simplezas como si fuera una niña o una extranjera. "Claro; es mi lengua materna. Pero me han llegado a preguntar: '¿Dónde has aprendido a hablar tan bien?".

Shu Taira era en 1969 un actor japonés perdidamente enamorado de una abogada de Oviedo. Se casó con ella en tres meses por señas, pues ninguno tenía una lengua en común. Como Japón no le sentaba bien a la, joven esposa -"es que no lo aguantó, vamos" -su padre tuvo que fundar una de las primeras acedemias de yudo en la capital asturiana. Allí nació Yoko, el segundo retoño de la pareja, hace 21 años.

"En el colegio, en Oviedo, me llamaban la China; creo que desde entonces sigo siendo una persona introvertida" recuerda Yoko Taira, solista de la Compañía Nacional de Danza que dirige Nacho Duato. "Tal vez de pequeña habría pagado por, poder tener una cara normal, pero ahora no". Cree que a, en Madrid, donde vive desde hace seis años, la gente la mira cuando pasea. "Y no son simples, miradas de curiosidad".

Crueldad infantil

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Mientras tuerce la boca en un gesto de repugnacia hacia la crueldad infantil en el colegio, rememora cuando empezó a bailar, a los cuatro años, y cambió su mundo. En las academias de su ciudad provinciana aprendió sola todos los pasos posibles. Ahora baila en grupo. "No sorporto a los racistas. A veces le digo a un bailarín negro 'vete con cuidado que puede haber algún problema'. A otro compañero africano le golpearon unos ultras".

La oportunidad de estudiar danza en Montecarlo se le presentó a los 13 años, pero su madre se resistía a separarse de ella. "Se me cayó el mundo a los pies, yo sólo pensaba en bailar". Al final, llegó a Madrid para estudiar ballet, y aquí se apresuró a ser adulta. Con 15 años recién cumplidos, era la chica más joven de una residencia universitaria.

"Los rasgos siempre me han condicionado, y me obligan a mantener este carácter introvertido. Tengo la impresión de que no puedo hacer cosas que hace el resto de la gente, y no es sólo por miedo al ridículo. Siempre me siento observada". Oculta su timidez tras una máscara de aplomo, pero su frialdad se rompe, por ejemplo, cuando está a punto de derramar un vaso de agua.

Yoko asegura que no se arredra ante los tropiezos: "Seguiré bailando hasta los 30 años, hay quien sigue mucho más tiempo en la profesión, a pesar de las siete horas diarias de ensayo". Hace poco que Nacho Duato la convirtió en solista de la Compañía Nacional de Danza. "Para mí, el baile es lo único, lo más importante. Si no fuera así, ¿cómo podría aguantar esta vida?".

"No puedo andar tranquila"

"Entre la gente del ballet nunca me he sentido discriminada". El ambiente multirracial del espectáculo es su ciudad. Y el centro de Madrid. "En el mundo en el que yo vivo la gente es distinta, pero por la calle voy preocupada, no puedo andar tranquila: no soy ni japonesa ni española". "Lo que más me molesta es el que dice que no es racista y en el fondo lo es".

Curiosamente, los aduaneros españoles no se sorprenden cuando les exhibe el pasaporte. Pero sí los japoneses: "Cuando acababa de llegar a Tokio con la compañía de danza me hablaban directamente en japonés; así que tuve que aprender a decir que no conocía el idioma". Yoko no cree que pudiese vivir en Japón, donde su soltura occidental chocaría con la rigidez que la sociedad nipona impone a las mujeres.

Entre pasos de danza y representaciones, Yoko piensa que no se siente rechazada por sus rasgos orientales. "Sí que noto el racismo entre los españoles, sobre todo con los gitanos, con los negros". Pero no se olvida de las miradas de soslayo de la familia de una muchacha a la que cortejaba su hermano. Como ella, una persona con una dulce mirada oblicua.

Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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