Ellos
Les diré que estoy harta de oirles recontar golosamente, cual avaros de las urnas, sus dichosos nueve millones de votos. Sin duda es cierto, por principio democrático, que un país no se equivoca cuando vota (muy bien Ana Botella en sus declaraciones, y estupendo Aznar la noche electoral), de modo que si ha vuelto a salir con tanto apoyo el PSOE será porque la sociedad lo necesita.
Pero también conviene recordar que ha habido más de 14 millones de personas que votaron a otros; y que en ese trasvase electoral de última hora al PSOE, en contra de lo que decían las encuestas, debe de haber un buen puñado de ciudadanos que se agarraron a los socialistas por puritito miedo. Y aunque es bien sabido que, al igual que en la guerra y el amor, en las elecciones todo vale, lo cierto es que ese viejo truco del acoquinamiento resulta un poco guarro. Para auténtico miedo, el que daban los señores Guerra, Benegas y Toval cuando aparecieron, cual trinidad triunfante, la noche de las elecciones: ellos sí que son un susto, y no los aznaritos.
Lo juro: incluso me caen bien. Me refiero a ellos, a los socialistas. Al menos muchos de ellos me son simpáticos, y aprecio sus logros, que son muchos (y también sus defectos). Por eso no quisiera cogerles una tirria imponente en una nueva legislatura de más de lo mismo, como anda diciendo Guerra por las esquinas. En cuanto a Felipe, alicaída estoy desde que le vi rebajando su nivel en los debates. Y no hablo de la primera noche, la de la derrota, sino de la segunda, la del triunfo: le creía sanamente reacio a la demagogia y me espantó verle recurrir a zafiedades tales como decir que el Partido Popular iba a quitarle 8.000 pesetas a cada jubilado. ¿De verdad va a gestionar el cambio del cambio? Pues cruzaré los dedos, pero tendrá que hacer mucho para poder creerlo.
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