En el pasillo
Había estado todo el día en casa, solo, leyendo cosas que no me convienen, y a última hora decidí fumarme un cigarro en el pasillo para estirar las piernas. Lo recorrí de arriba abajo muchas veces, imitando los gestos del que pasea por una avenida, cuando noté que entre el pasillo y yo estaba sucediendo algo inquietante. Más que moverme por él, me parecía oírlo como se oye un verso o una sinfonía. Cerré los ojos para escuchar mejor, y entonces me di cuenta de que, en lugar de estar yo dentro del pasillo, era el pasillo el que estaba dentro de mí.Sin dejar de andar con los ojos cerrados, me dirigí a la puerta y llegué sin dificultades hasta el ascensor, y aunque pareció que me metía en él, fue en realidad el ascensor el que me penetró. Y con el ascensor dentro y los ojos cerrados llegué a la calle, y noté que, a medida que avanzaba hacia la estación de metro, también la calle se iba metiendo en mí. Y, bueno, hubo un momento en el que ya todo el universo mundo estaba dentro, de manera que no me costaba ningún trabajo tomar decisiones. Así que decidí entrar en un restaurante barato, muy mal iIuminado, que vi cerca del tercer espacio intercostal. Pedí una sopa y un filete y me fui sin tomar café, porque en la mesa de al lado había un sujeto con cara de desesperación que hacía mucho ruido al masticar. Luego estuve de copas por un barrio chino que encontré cerca de la faringe, cuando me dirigía a una ciudad que había en la cabeza, y pasé un rato estupendo con una mujer que nunca se me habría ocurrido que pudiera estar dentro de mi. Fue entonces cuando pensé que si me asomaba fuera a través de un ojo o de un oído podría ver la maquinaria o el lugar desde el que se dirige el universo.
Levanté, pues, un párpado, y lo que vi fue un pasillo oscuro y un espejo.
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