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ELECCIONES 6 JUNIOBALANCE DE UNA CAMPAÑA AGITADA

Estrategia de recambio

Aznar ha prometido sustituir la frivolidad por el rigor y el despilfarro por la austeridad. Ha descalificado a González y ha colocado al PP en condiciones de disputar la victoria

Hace cuatro años, cada vez que José María Aznar invocaba el nombre de Manuel Fraga, que era el aval de su candidatura a la presidencia del Gobierno, el público maduro prorrumpía en una aclamación. Ahora, un público bien nutrido de jóvenes ha respondido enfervorizado cada vez que el candidato a presidente ha exclamado: "¡Afuera con González!". En 1989 pedía el voto útil a los centristas. Ahora tiene garantizada la casi desaparición del CDS. Nada separa ya la derecha, con vocación centrista y liberal, de la izquierda que ocupó el centro. Aznar ha llevado el Partido Popular a la máxima rivalidad posible con el PSOE, que consiste en la posibilidad de ganar.Ha habido calor en sus mítines. Más calor, más apoyo y más expectación que en 1989. Miles de personas han hecho ensordecedor el grito de ¡presidente, presidente!, que hace cuatro años era consigna coreada tibiamente, con más voluntarismo que convicción. También ha habido más beligerancia. Una mezcla de intolerancia e indignación.

Las quejas por los problemas agravados, o sin resolver, por los socialistas se han mezclado con una rotunda descalificación de González como gobernante. Ha endosado los tres millones de parados, las tres devaluaciones de la peseta en seis meses y la corrupción generalizada a la responsabilidad del presidente del Gobierno. "¡Felipe González es una rémora, es una losa para España!", ha exclamado con rabia.El suyo ha sido el más largo peregrinaje hacia La Moncloa. Su particular precampaña electoral comenzó en octubre de 1992. Desde el pasado día 13 de abril ha protagonizado 38 mítines y actos electorales, en los que ha sido escuchado por unas 200.000 personas en total. Ha visitado todas las comunidades autónomas, excepto La Rioja y Cantabria, donde Juan Hormaechea ha roto el pacto con el PP y rivaliza con este partido. Y ha viajado a París, Londres y Bruselas para mostrar que su liderazgo es reconocido, y apoyado, por líderes europeos.

Aznar ha proseguido la carrera por parecer el Felipe González de 1982. Se ha presentado como el recambio, como el impulsor de un "cambio razonable", que incluye una promesa explícita de respeto a algunos aspectos de lo que ha cambiado y un implícito grado de abstracción, o de inconcreción, de alternativas.

Una crítica, por cierto, que no ha comprendido, aunque ciertamente su partido no ha sabido o querido situar el programa en el centro de su campaña electoral. Lo presentaron en Vitoria, en una conferencia de prensa, la víspera del arranque de la campaña oficial. Fue una situación insólita. Durante una hora, Aznar contestó preguntas sobre las más variadas cuestiones sin que nadie se acordara del programa y sin el menor gesto de protesta por parte del protagonista.

Ahora, como en 1989, el líder popular asegura que si gobierna tendrá presentes los intereses generales, no los del PP. Incluso, para dar más verosimilitud a su compromiso con "una España sin carnés", ha llegado a decir que quien esgrima su afiliación al Partido Popular para obtener un puesto en la Administración se quedará sin él.

En cambio, a diferencia de 1989, en esta campana apenas ha mentado a Fraga. Hace cuatro años, le rendía casi a diario homenaje "de fidelidad y lealtad". Hace cuatro años, por más que intentaba diferenciarse de su mentor, todavía había en él gestos y entonaciones que recordaban al entonces presidente del PP. Cuando se ponía enérgico, resultaba ininteligible el final de las frases., y sus gestos con las manos evocaban otra anatomía.

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Limpiar la corrupción

Ahora destina sus principales energías a proclamar que limpará España de la corrupción. Advierte, indignado, que él no acepta el deterioro moral y económico de España. Y promete devolver España a todos los españoles, después de que los socialistas hayan actuado "como si el Parlamento, la justicia e incluso la democracia fuese suya".

Su argumentación crítica ha sido tan simple e insistente como contundente, al menos para su público. El Gobierno socialista está agotado, sin ideas, y con él termina una etapa histórica. En consecuencia, según su razonamiento, los españoles deben ejercer sin miedo el principio democrático de la alternancia, y abrir una etapa nueva.

Aznar ha presentado el proyecto político del PSOE en 1982 como un intento de cambiar la sociedad, para a continuación él matizar que "no es necesario cambiar el país, lo que hay que cambiar es el Gobierno". Lo que hay que sustituir es la frivolidad por el rigor y el despilfarro por la austeridad, aunque cuando ha prometido sustituir las listas de espera de seis meses, en la sanidad, por una espera de solo unos días no ha explicado cómo.

La gestión de los socialistas, según él, ha desmovilizado la sociedad. Con los impuestos "excesivos" han dificultado la creación de empresas y restado estímulo al trabajo y al esfuerzo personal, y con su arrogancia han generado desconfianza y han roto el diálogo social.

Sus acusaciones han sido más precisas que sus soluciones. El coraje que ha mostrado ha sido más firme, que su consistencia ante las arremetidas de González, en particular en el segundo cara a cara que mantuvieron en televisión. Pero el aspirante ha logrado magullar la ceja del campeón delante de todo el público. Sea cual fuere el resultado, será casi con toda seguridad el mejor que ha alcanzado la derecha desde el inicio de la transición.

En 1989, en el cierre de sus mítines empuñaba una rosa blanca, "símbolo de la libertad, del futuro", decía, "frente a la rosa roja de la derrota, del pesimismo, que es la del PSOE". El viernes, en medio de un espectacular montaje audiovisual, cerró su campaña electoral con un grito de quien se siente vencedor: "¡Vamos a ganar para España!".

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