Castigos, recelos y perdones
A los indecisos se les acaba esa hora feliz de la que disfrutaron a lo largo de la campaña gracias a su estratégica posición para inclinar de uno u otro lado la balanza -ahora equilibrada- entre el PP y el PSOE. Desde una perspectiva macro, los tres millones de irresolutos contribuirán el próximo domingo, con sus acciones u omisiones, a la adopción de una complicada elección colectiva; desde un enfoque micro, la decisión de participar o de abstenerse y el color de la papeleta dependerán de las misteriosas circunvoluciones de la conciencia cívica de cada cual. Los psicoanalistas del Cono Sur suelen gastar la broma de que el ego freudiano es ese pequeño argentino que todo ser humano lleva dentro; en tierras carpetovetónicas, el superego de los indecisos de izquierda es como un tenebroso jesuita que amenazase en unos ejercicios electorales ignacianos con las penas del infierno neofranquista, poblado de inquisidores, botarates y energúmenos, a quienes no votaran a Felipe González.El claro predominio -registrado por los sondeos- de antiguos votantes socialistas dentro de la bolsa de indecisos pone en sus manos el resultado del 6-J. Ese vacilante electorado, descontento con el PSOE por diversas razones (el desempleo, la corrupción o la prepotencia), tiene ante sí todas las posibilidades imaginables: mantener sus viejas lealtades; refugiarse en la abstención, el voto en blanco o las siglas marginales (sean los verdes, el CDS o grupúsculos radicales); inclinarse por opciones nacionalistas o regionalistas; virar hacia la derecha con el PP o girar a la izquierda con IU. Si predominase la voluntad de castigar a los socialistas, unida o no a la creencia de que la oposición les hará mejores, la victoria del PP estaría asegurada; pero si ese vengativo deseo fuese contrarrestado por el temor al triunfo de la derecha, probablemente el PSOE
Aunque la frontera entre los indecisos y el PP sigue abierta, a estas alturas. las migraciones de voto más importantes se producirán dentro de la izquierda. El desplazamiento de electores socialistas hacia IU podría quedar parcialmente compensado por una deriva de signo inverso; como aquel periodista que decía trabajar de pianista en un prostíbulo para no disgustar a sus padres confesándoles su verdadero oficio, algunos veteranos militantes de todas las izquierdas habidas en el mundo susurran a sus amigos la avergonzada confidencia de que esta vez caerán en la sonrojante claudicación de votar al PSOE para impedir el triunfo de Aznar. En cualquier caso, la clave del 64 está en el poder de aquellos indecisos que prefieren la victoria de los socialistas y descuentan su triunfo pero desean también impedir su mayoría absoluta y forzar su apertura interna. Estos sagaces comportamientos estratégicos, sin embargo, se suelen disparar por la culata cuando participan muchos millones en el juego: castigar en las urnas a los socialistas sólo para asustarles y obligarles a reformarse podría tener no sólo la indeseada consecuencia de regalar la victoria al PP sino también el efecto perverso de entregar el PSOE a la fracción guerrista tras la humillación electoral de Felipe González.
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