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El ganapierde y las dos ciudades

El retroceso en la intención de voto socialista registrado por los sondeos después del jueves negro y del debate televisivo entre Felipe González y Aznar ha sembrado la confusión y el desaliento entre los militantes y simpatizantes del PSOE. Intramuros de la organización, sin embargo, la fracción dominante del aparato parece mirar con serenidad el ominoso curso de los acontecimientos, en el convencimiento de que sus intereses quedarán a salvo sea cual sea el veredicto de las urnas. Algunas estrategias de juegos podrían ayudar a explicar esa impávida indiferencia del guerrismo respecto a los resultados del 6-J. Los puntos del frontón suelen cubrirse ante los caprichos de la fortuna (o los tongos de los pelotaris) apostando con momio por las dos posibilidades, a costa de los imprudentes que asumen el riesgo de jugar sólo colorado o azul. Si aplicásemos esa pauta a estas elecciones, cabría aventurar que el aparato está operando a dos bandas: de ganar el PSOE, recordaría sus contribuciones a la victoria y reivindicaría la figura de Guerra como coordinador de la campaña; de triunfar el PP, descargaría la entera responsabilidad de la derrota sobre el presidente del Gobierno -ya lo está haciendo tras el debate del pasado lunes- y los renovadores: Felipe González sería linchado por los mismos sacristanes que organizaron el culto a su persona para venderla como activo electoral.También resulta esclarecedor otro modelo interpretativo tomado de los garitos. Algunos juegos de cartas -el tute y el bridge, por ejemplo- admiten una variante que invierte las reglas convencionales: el ganapierde concede la victoria a quien menos bazas obtiene en la partida. Si la heterodoxia de perder para ganar exige tanta o más sagacidad que el carteo ortodoxo, la astucia se alía con la deslealtad cuando las estrategias para la derrota provocada pasan de los naipes al deporte: los porteros que se dejan colar un gol y los remontistas que meten la pelota debajo de la chapa combinan la habilidad para que su trampa pase inadvertida con la satisfacción de alcanzar los objetivos particulares -el dinero o la venganza- perseguidos con su artera conducta.

Algunos miembros de la comisión ejecutiva afirman que el PSOE alberga en su seno dos partidos distintos cuya convivencia es imposible; los viejos fantasmas de preguerra -las luchas entre besteiristas, prietistas y caballeristas- recorren de nuevo la casa socialista de la mano del guerrismo. De perder el PSOE las elecciones, el aparato utilizaría a Felipe González como papelera en la que arrojar los errores de la campaña y las culpas del fracaso; ese trabajo preparatorio de castigo permitiría luego a los guerristas apearle de la secretaría, general del PSOE en el 33º Congreso o atarle cuando menos en corto mediante una comisión ejecutiva de hierro. En tal caso, la historia de las dos ciudades socialistas concluiría con la expulsión de los renovadores y con el blindaje de un partido cerrado sobre sí mismo que vendería como vuelta a los orígenes pablistas una demagógica mezcla de corporativismo sindical, populismo ruralista y agravios comparativos del Sur contra el Norte.

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