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Herederos de Azaña

Soledad Gallego-Díaz

Durante muchos años, los que duró la dictadura, Manuel Azaña fue repudiado, atacado e insultado. Y lo que es todavía peor, mi generación ha estudiado el bachillerato sin que nadie le dijera en la escuela quien era, qué pensaba o qué había escrito el último presidente de la República. Por eso produce gran placer saber que los dos candidatos que se enfrentan hoy en el debate por la presidencia del Gobierno han leído y estudiado su pensamiento. Y que los dos, desde diferentes puntos de vista e interpretaciones, le rinden respeto como a un gran intelectual.En el caso de Felipe González se da por supuesto. Él y su partido entroncan históricamente con su figura. Pero en el de José María Aznar es una sorpresa. ¿Cómo es posible que el líder conservador se atreva a citarlo elogiosamente en sus mítines? "¿Y por qué no?", replica Aznar, "Azaña fue un gran hombre, un intelectual que pensó mucho sobre España y al que todos los políticos en este país deberíamos estudiar y apreciar".

Desde hace varios días, José María Aznar alimenta una sorda irritación. Cree que sus contrincantes pretenden encerrarle a él y a sus votantes en la imagen de una "derechona" que, asegura, ya no existe. Endurece el gesto para criticar a quienes se atreven a quitar a media España (los votantes y simpatizantes populares) el derecho a disfrutar también del legado intelectual de este país. "Querer separar a millones de españoles de ese legado es algo peor que una argucia política, es un error terrible".

Es seguro que un político español conservador tiene que tropezar con serios problemas a la hora de encontrar inspiración entre sus correligionarios de este siglo. Los franceses puede recurrir a De Gaulle y los alemanes a Adenauer, pero José María Aznar se enfrenta a un auténtico páramo. Salvo que eche la vista atrás. "Sin sectarismo ni cegueras se pueden descubrir personalidades como la de Manuel Azaña, que son patrimonio de la política española y no de un único partido o sector ideológico".

Su esfuerzo por conseguir que el partido conservador español reivindique ideas y conceptos. del último presidente de la República es digno de elogio. Más aún cuando sabe perfectamente que algunos de los asistentes a sus mítines vibrarían más ante el nombre de Francisco Franco. "Sé que algunas personas que asisten a mis mítines se quedan extrañadas, pero no me importa. La entrada es libre. Lo que importa es que sepan que. yo no voy a cambiar mi discurso ni mis ideas por eso".

Los oyentes de Toledo o Alcalá de Henares callan, pero ¿y su partido? ¿Es capaz Aznar de arrastrarlo igual que a los que llenan una plaza de toros? Por el momento, nada indica lo contrario. Día a día, su jefe les lanza, insistente, machaconamente, el mismo mensaje: si llega a la presidencia piensa ser heterodoxo. Por lo menos, heterodoxo respecto a lo que ha sido la derecha ortodoxa española.

A José María Aznar no le irrita que le asocien a Margaret Thatcher o a Ronald Reagan, pero le puede sacar de quicio que le emparejen con sus teóricos correligionarios españoles de hace 50 años. "¿Qué sentido tiene ahora hablar de Largo Caballero o de Calvo Sotelo? Hablemos de Azaña, de personas que, se hayan equivocado o no en momentos concretos de su actividad política, eran honestas y auténticas y tenían un proyecto para España. Y yo tengo tanto derecho a hablar de ellas como el señor González".

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