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El Guerra

El tiempo y sus accidentes ha ido transformando la ferocidad de Alfonso Guerra en una calidad de cascarrabias doméstico. Conserva el ímpetu para la sátira y el pasquín, pero el repetido ejercicio de su personaje ha convertido su mordacidad en un tipismo sin el cual la política perdería una porción de folclor. Escuchándole en la radio, el oyente se tranquiliza. Los puntos de referencias continúan en su puesto. Guerra sigue zahiriendo cuando le dan la palabra y citando, sin remisión, un verso de don Antonio Machado. Por ese lado, el partido socialista preserva parte de su cuadro escénico y el clásico reparto de actores. La duda es si este elenco está destinado a ocupar un lugar en el futuro repertorio de la compañía. Escuchando los énfasis de Alfonso Guerra sobre su influencia en algunos puntos programáticos, sobre su extraordinaria acuidad para los análisis electorales, se advierte un deseo de relevancia jerárquica; irrelevante cuando la relevancia no se encuentra amenazada.No sólo por eso Alfonso Guerra induce a ser mejor comprendido humanamente. El destino actúa sobre los hombres, sobre unos más y sobre otros menos, acercando poco a poco su retrato a su caricatura. Algunos detectan en ello el signo de la decrepitud y sufren por su causa, pero otros se ajustan con relativo bienestar a la máscara y se complacen circunstancialmente en su diseño. Alfonso Guerra es un personaje contradictorio: violento y tierno, dubitativo y rígido. Un suculento ejemplar para la psicología clínica. Hasta el momento, Guerra ha decidido su supervivencia en la afirmación del personaje intemperante. OscarWilde animaba a cultivar los defectos, porque ellos acabarían provocando la envidia de los enemigos. Guerra no puede vivir sin ellos. Sin defectos y sin enemigos.

El ex vicepresidente del Gobierno ha sido acusado de conspirador y ha revalidado esta fama para procurarse relieve. Ahora vindica, como parecía esperable, la figura de Maquiavelo. Maquiavelo como mascarilla de su identidad política, que él activa insinuando la semejanza actual entre el azul oscuro de los carteles PP y el azul mahón de la Falange; o aludiendo a gentes -agentes- de la CEOE, del Opus Dei y otros aglomerados tras la pantalla del PP. ¿Hacia adónde va Alfonso Guerra? Si hubiera podido escoger libremente -es decir, como un dios, César o Napoleón, a quienes ahora cita- estaría regando malvas en un patio andaluz. La vida le ha llevado, no obstante, a fingirse malvado en la feísima sede madrileña de Ferraz. Probablemente, él es víctima culpable de esta ferrería, pero ya, en semejante circunstancia, desempeña su papel de guiño iracundo. Un empleo que, tarde o temprano, puesto que una y otra vez no se retira a tiempo, le acabará dando con la escoba cascarrabias en las gafas y en el pelo.

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