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Mala imagen del Real Madrid en Vigo

Xosé Hermida

El Real Madrid no fue capaz de mostrar en Vigo el rostro de un verdadero aspirante al título de la Liga, pero acabó amarrando un punto de gran valor gracias a los errores ajenos, al tropiezo del Barcelona en Oviedo. Cualquier cosa que no sea la simple mención al resultado causaría sonrojo en la afición madridista. En ausencia de Hierro y Prosinecki, Floro tuvo que entregar la manija a Michel, que, tradicionalmente, ha fracasado con estrépito en esa misión, y el Madrid fue como una nave sin rumbo, un equipo torpe y tristón. El propio Floro resumió bien su pobre balance. Esforzado en buscar algo positivo en el juego de los suyos, no encontró más argumento que el de los empeñado en eludir el descenso: "Hemos peleado".Como es su costumbre desde hace meses, el Madrid acudió al estadio de Balaídos balanceándose sobre el filo de la navaja. Acuciado por el tropiezo ante el Rayo, bajo los efectos psicológicos del maleficio muscular de Prosinecki y con el centro del campo roto por las ausencias del croata y de Hierro, tenía la obligación de ganar a un conjunto modesto, pero duro de pelar. El Celta tiene el peor ataque de la Liga (sólo 20 goles hasta ayer, tres menos que Zamorano), pero también una de las defensas más firmes (26). Cuando se enfrenta en su terreno a un cuadro encerrado, el encuentro parece abocado al 0-0. Pero, si el rival está obligado a llevar la iniciativa, conoce muchas artimañas para sorprenderlo.

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En cuanto empezó a correr la pelota, los madridistas vieron confirmados sus más profundos temores. Armados hasta los dientes, los celtistas comenzaron destruyendo todos sus intentos combinativos. La endemoniada presión sobre los encargados por Floro de pensar les sirvió para buscar las bandas con criterio y amedrentar al adversario. En apenas 10 minutos, Gudelj y Salva, un par de veces cada uno, lograron pisar el área y enseñar la bota a Buyo.

De improviso, el Madrid pareció encarrilar el partido con su mejor arma: un golpe por despiste en los momentos más comprometidos. Una arrancada por la izquierda del sorprendente Rocha acabó con un ingenuo empujón de Salva. Esta vez, Michel acertó en el penalti.

El panorama parecía definitivamente despejado para el aspirante a campeón. Con un mínimo de cabeza, no debería resultar una labor complicada administrar la ventaja ante un equipo al que un marcador en contra le pesa como una losa de hormigón. Pero fue esa misma situación favorable la que puso en evidencia al conjunto de Floro. Las bajas no le dejaron más alternativa que arriesgarse a un nuevo fracaso de Michel en funciones de cerebro, compartidas con el habitual suplente Milla. Las bandas quedaban bajo la responsabilidad de dos de los jugadores con talento más limitado: Villarroya y Luis Enrique.

El resultado de esta inevitable remoción táctica fue un verdadero desastre. Una vez más, la escalofriante precisión de Michel cuando juega pegado a la derecha se convirtió en una nadería en la inmensidad del centro del campo. Milla prodigó sus habituales apoyos cortos, una irrelevancia cuando falta alguien capaz de abrir el terreno. En cuanto el Celta se entregó de nuevo a la pelea, el Madrid tuvo enormes problemas para sacar la pelota.

A medida que se ponía más de manifiesto la impotencia del Madrid, los hombres de Txetxu Rojo volvían a creerse que estaban en condiciones de plantarles cara. Los visitantes ya no regresaron por el área ajena y, poco a poco, se vieron encerrados en la propia. Así, llegaron a los últimos cinco minutos de la primera parte con el agua al cuello. Gudelj, torpe en su juego, pero muy vivo para buscar la espalda de la defensa, emergió entonces como una amenaza. En medio del acoso celeste, el árbitro incluso perdonó la expulsión a Buyo, que agarró el balón con una mano fuera del área. La espada acabó cayendo sobre la cabeza de¡ Madrid en el tiempo de descuento en otro balón estúpido que Ramis no supo despejar y dejó a los pies de Gude1j para que el bosnio rememorase sus tiempos de pichichi en la Segunda División.

Ni el descanso sirvió para aclarar las ideas a los madridistas. Al margen del impulso inicial, los de Floro recobraron pronto el ritmo cansino, ese juego plano y apelmazado impropio de un equipo que se juega la Liga. El entrenador blanco aprovechó un golpe de Butragueño, al que nadie vio, para dar entrada a Esnáider. El argentino salió con ganas y pareció la baza ofensiva que necesitaban sus compañeros. Una sensación pasajera. Aunque mucho más cauto que en la primera parte, el Celta había llevado el partido al terreno en que mejor se manejaba: una pelea a muerte por cada balón y con el rival empeñado en buscar el gol a pelotazos.

El Madrid castigó algo más el césped del área contraria, pero el que más peligro ocasionó fue el Celta, que con sus contragolpes siguió sembrando desbarajustes en la defensa visitante. Con el partido de Oviedo finalizado y todo el banquillo blanco puesto en pie, Alejo sacó bajo los palos un tiro de Esnáider. El típico intento desesperado de los malos estudiantes: quieren aprobar el último día tras dilapidar todo el curso.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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