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El ruidoso té de 'La gran sultana'

Los espectadores que asisten a la representación de la comedia La gran sultana en el madrileño teatro de la Comedia se ven gratamente sorprendidos cuando, a la salida, bailarines, figurantes y los propios actores les invitan a saborear en el vestíbulo un genuino té turco, servido en transparentes vasitos de plástico.La simpática y original iniciativa está en perfecta consonancia con la amable representación de la obra de Miguel de Cervantes, que, bajo la dirección de Adolfo Marsillach y con la escenografía del argentino Citrynowski, se repone desde el pasado sábado y hasta el 30 de mayo en la calle del Príncipe, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Lástima que, antes de degustar ese intenso té turco, los espectadores de las localidades superiores, especialmente los del entresuelo, se vean obligados a soportar durante toda la representación unos molestos ruidos que les llegan sin cesar desde las escaleras y el vestíbulo del teatro. Esos ruidos se sobreponen constantemente al agradable sonido de la oriental murga que acompaña a la representación de la alegre farsa. El verso (dicho, por cierto, espléndidamente en esta ocasión por ¡todos! los actores de la compañía) requiere un especial esfuerzo de atención para su cabal comprensión. Pero esa atención se ve perturbada insidiosamente por una ruidosa jerigonza exterior de la que, por lo visto, no tienen la menor idea los responsables de la sala.

Durante el primer acto, son perfecta y lamentablemente audibles los sonidos característicos de una barra de bar, en la cual, al parecer, se sirven continuamente bebidas al personal de servicio del teatro. Lo malo es que, para sorprender a los espectadores, los preparativos del constantinopolitano té ocupan a camareros y acomodadores durante la representación de todo el segundo acto. Cientos de vasos de plástico son colocados uno a uno sobre las bandejas dispuestas en el mostrador del guardarropa y del propio bar, situado justamente deba o de la escalera que, a la derecha del vestíbulo, da acceso a las plantas superiores del teatro. La colocación de cada vasito produce un chasquido que se convierte en verdadero estruendo al ascender hacia la bóveda del vestíbulo del teatro, que actúa de caja de resonancia.

Los espectadores del patio de butacas se libran de tan gratuita agresión porque están aislados del vestíbulo por dos grandes puertas. Los verdaderos sufridores de tanta molestia son los de las plantas superiores, especialmente los de las butacas pares d el entresuelo, más próximas a la escalera del bar, de la que sólo les separa una cortina de terciopelo.

Sólo especiales razones de seguridad, difíciles de entender, podrían explicar el que las plantas superiores del teatro no cuenten con las mismas puertas de que dispone el patio de butacas.

Mientras los responsables del buen funcionamiento del costoso teatro de la Comedia consideran este asunto de las puertas, bueno será recomendarles que renuncien, de momento, a darle el té a sus espectadores todas las tardes. Ellos tienen suficiente con los deliciosos versos de La gran sultana y con esa gran lección de tolerancia entre religiones, razas y culturas distintas que esta cervantina comedia nos ofrece a los madrileños espectadores de ahora, y en hora tan oportuna, por cierto.

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