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FINAL EUROPEA DE BALONCESTO

Los extremos se tocan

Madrid y Limoges son los extremistas de esta final a cuatro. Su presencia en Atenas se debe a una óptima utilización de los aspectos que dominan. Son dos equipos que no tienen punto medio. Lo que hacen bien lo hacen muy bien. Donde patinan, patinan de verdad. Es evidente que el Madrid cuenta con mejores argumentos y puede jugar de diferentes formas, pero hay una, la del aburrimiento (táctica que pondrá en práctica el Limoges), que le puede llevar a la ruina.Estamos ante dos equipos diametralmente opuestos. El Madrid nada en la abundancia. Tiene de todo, y casi todo de gran calidad. Dos bases, tres aleros y sobre todo un grupo de cuatro pívots sin igual en el panorama europeo. Defienden con dureza, corren lo que haya que correr y en ataque resuelven con eficacia. Cuando hay problemas, la solución pasa por un tío de 2,21 de altura llamado Sabonis. A muchos kilómetros de distancia en estilo se encuentra el Limoges. Es el genuino representante de una forma de jugar que en el argot baloncestístico se denomina al tran-tran. Cinco jugadores son utilizados hasta el límite (el titular menos utilizado es el internacional y potente Dacoury, con 25 minutos por partido). Ataques cercanos a los 30 segundos, cuidada selección de tiro y, por encima de todo, una defensa numantina que ha recibido únicamente 63 puntos por encuentro.

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Dos estilos

Cuando dos estilos tan contrapuestos coinciden en una cancha, el ritmo del encuentro se convierte en la piedra angular de la cuestión. Jugando andando (lo que quiere el. Limoges) el Madrid sufrirá. El tema está en cómo acelerar el tempo del partido sin caer en uno de los pocos defectos que tiene el equipo madridista: su propensión a cometer errores cuando mete la. quinta velocidad, sobre todo en sus transiciones defensa-ataque.

El otro asunto prioritario reside en el tan traído y llevado concepto de favorito. Nadie quiere serlo, aunque el Madrid no pueda evitar ser señalado con el dedo. Sus jugadores intentan quitarse de encima esta presión adicional ("no me gusta ser favorito" dice Martín; "los favoritos son los cuatro", comenta Biriukov), pero nadie le cree. Por si fuera poco, entrenador y jugadores del Limoges no se cansan de airearlo ("De 10 veces, el Madrid nos gana ocho o nueve", opina Maljkovic, entrenador del equipo francés). El Madrid tiene mucho que perder, todo lo contrario que el Limoges, al que su humilde condición (bien estudiada, eso sí) le permite entonar el tan gratificante (por lo que de liberación de tensión significa) "hay poco que perder y mucho por ganar". Pero ahí reside la grandeza del reto madridista. Venir de atrás, emboscado, sin una necesidad acuciante del éxito, es lo menos difícil. Su gran mérito ha de consistir en asumir sin miedos el riesgo de ser centro de atracción, soportar la no validez del segundo puesto, conocer la frustrante historia reciente y, con todo ello en la mochila, jugar sin miedo y triunfar. Ahí es donde se ve a los auténticos campeones. Y el, Madrid tiene una gran oportunidad para volver a serlo.

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