_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Radio 2: no funciona mal

Cada uno opina de Radio 2 según le va en ella. Algunos están seguros de que ha mejorado: escuchan una música casi continua, sin voz: sin programas, sin selecciones personales y comentarios. En general, no ha descendido de calidad. Otros piensan que para eso se pueden abonar al hilo musical, que tiene un buen canal clásico (eso sí, repetitivo) y sin palabras: la verdad es que no son incompatibles.A otros se les ha perdido en el cambio su programa favorito, aunque se mantenga en la rejilla (Ana Vega Toscano), pero con otro horario que no alcanzan: como el cambio en el Buzón del oyente. Pero eso ha pasado siempre y es un vicio propio de RTVE: cambiar la programación cada tres meses y desplazar las cosas de su sitio, por angustia de caer en el inmovilismo (una superstición de ejecutivo), o por fingir novedad. He pasado años tratando cazar el programa de Paco Montes (excelente jazz) como quien persigue una mariposa, cambiando cada día: ahora parece fijo, aunque tardío. Es un tópico pensar que el jazz tiene que ser nocturno. Cuando he vivido en otros países he seguido durante años los mismos programas a las mismas horas hechos por los mismos presentadores o colaboradores. Son programas de éxito a veces diario, asegurado y firme.

Otros se quejan de la rigidez de horario: al que no tiene más que un tiempo fijo al día para oír su música puede ocurrirle que le toque siempre el gregoriano que detesta, o los trovadores que le fastidian, y no tenga acceso a nada más. Poco remedio tiene esa situación: sobre todo porque no se puede hacer como con la televisión, que es grabar; los magnetófonos no suelen estar provistos de reloj, hay que acudir a temporizadores externos (los que vienen preparados para él), que son de dos clases: electrónicos, a precios inasequibles, o mecánicos, con cuerda de relojería, de una imprecisión absoluta. Ni los modernos DCC (grabadores de casetes digitales) incorporan temporizador. Tienen posibilidad como extra.

Horas insólitas

La división de horarios según mayorías o minorías parece injusta. No hay mayores pruebas de que los aficionados minoritarios estén a la escucha de madrugada más que por la mañana o a la hora en que otros duermen la siesta. Parece que la idea es la de que ciertas músicas -la electrónica, piensan ellos- molesta a un menor número de oyentes a horas insólitas.

En el cambio hemos perdido buenos programas (Cristina Argenta), buenas selecciones de música (muchas veces los colaboradores llevan sus discos: que compran, buscan, investigan, piden), que no suelen estar en los archivos. Hemos perdido, hasta ahora, por razones de pobreza, retransmisiones en directo: óperas, festivales, conciertos especiales. Muchos se dan en diferido, adquiridos -o intercambiados- a otras emisoras: parece que es lo mismo, pero no lo es. Cualquier aficionado al fútbol sabe que no es lo mismo, y no hay razón para que con la música sea algo distinto: en la emoción de un concierto retransmitido se busca una inmediatez, una sorpresa, un sonido inesperado o, al contrario, la seguridad de que está allí, como siempre. Yo no soy un fanático de la retransmisión directa, como no lo soy del concierto en los auditorios, excepto en las óperas: por la única razón que hace permanecer al teatro -y la ópera es teatro, pese a quien pese-, que es la de Z, una simultaneidad de la producción con la escucha (y, si puede ser, con la contemplación). También comprendo que para los que no se afilian a la ópera (tampoco soy fanático: de eso, ni de nada) la ocupación de su Radio 2 por tres horas de retransmisión puede ser fatídico. Eso se arreglaría con dos emisoras culturales, como pasa en otros países; o con un concurso de las privadas, que no están por la labor, y como sucede a veces en la televisión (hablo especialmente de C+; en las retransmisiones de Vela del Campo y sus interlocutores). Pero ¿quién propone dos emisoras culturales en un estado de mezquindad y de demagogia, más que de ahorro?

El temor del descenso de calidad en la música programada no lo percibo: puede que yo sea poco exigente. Lo peor sería que se se fuese deslizando cada vez más hacia abajo. Siempre pensé que esa solución imaginaria para el escaso número de oyentes (no tan escaso, y nunca despreciables) era una locura: con una música clásica más popular, como la de las series baratas de los compactos, puede encontrarse con que los oyentes clásicos la abandonen con indignación y que los supuestamente nuevos, los que se creen sabios y modernos porque oyen Los planetas, de Holstein, ni acudan (sin faltar a nadie). Es comprensible que haya una fascinación por los Clásicos populares de Fernando Argenta: pero es otro medio, una persona singular, y tiene unos minutos al día (acabo de verle en la versión infantil de Bastián y Bastiana, de Mozart, en el teatro de La Vaguada, y consigue sostener a los niños y hacerles oír a gusto la música. Se ha quedado mucha gente sin localidades, y los niños y sus padres lloraban ante la taquilla vacía).

Tampoco estoy seguro de que esta relativa pero considerable salida a flote de Radio 2 haya sido espontánea y no haya tenido que ver la gran campaña desatada por los melómanos indignados y por los periódicos con preocupaciones culturales. Para algo servimos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_