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Cultura de tarde

Conferencias de toda índole atraen al público de la capital

De la literatura a la cocina, pasando por la lógica estoica o los reumatismos. Las tardes madrileñas transcurren cuajadas de conferencias gratuitas y para todos los públicos. En los tiempos del audiovisual, los conferenciantes siguen atrayendo a un sinnúmero de personas. Buena parte están organizadas por el Colegio Libre de Eméritos, una fundación que proporciona medios económicos a 37 catedráticos que aparcan así su jubilación oficial.

El historiador Miguel Artola es uno de ellos, y de los más irónicos. "Todos intentamos ofrecer el lado más sugestivo. No hablamos de la parte fea de nuestra disciplina", afirma este estudioso de 69 años."Eso de que, como ya está uno jubilado, tiene más tiempo para leer, es verdad a medias: es más importante no tener tiempo, pero tener auditorio, porque el intelectual necesita público", reflexiona el académico Artola.

La mayoría de las charlas se concentran entre las siete y las ocho de la tarde. Además del Colegio Libre de Eméritos, en Arapiles, que disfruta de un presupuesto de unos 100 millones de pesetas anuales para sus actividades, otras entidades -reales academias, fundaciones o incluso casas regionales-organizan actos variados.

Acuden muchos universitarios, pero también otro público con interés y ganas de aprender. "Eso de que las conferencias son para los jubilados no es cierto. Viene todo tipo de gente, pero, eso sí, de gente que tiene tiempo", añade Artola. "La receptividad que hay es una maravilla", tercia el psicólogo José Luis Pinillos, de 73 años.

El público, en general, no se hace de rogar. Como dicen los castizos, en Madrid hay gente para todo. Por ejemplo, para aprender sobre los literatos de las generaciones de 1898 y 19 14 de la mano del lingüista Rafael Lapesa. El salón se llena cada lunes para escuchar las disertaciones, que incluyen comentarios de textos. "No se interesar¡ por mí, sino por los autores", dice con humildad este catedrático de 85 años. Para él, este curso es "un acicate para renovar lecturas de mocedad". A veces tiene que ayudarse con una lupa.

El filósofo Julián Marías es uno de los conferenciantes que más público arrastra. "Quizá es porque la gente entiende lo que escribo y lo que digo", explica.

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A las conferencias de Marías -78 años- acude un público heterogéneo, desde estudiantes de bachillerato hasta jubilados. "También hay un núcleo constante que viene de conferencia en conferencia", dice.

Marías, uno de los clásicos en el mundo de las charlas, asegura que algunas cosas han cambiado. "Siempre ha habido cierta fauna entre el público, pero cada vez es menor. Por ejemplo, ha desaparecido un asistente que siempre pedía la palabra y empezaba diciendo: 'Yo soy un hombre de la calle'. Luego soltaba un discurso que no tenía nada que ver con el tema que se trataba".

A Artola, mientras tanto, no le preocupa tanto el público raro como lograr un auditorio experto para ciertos actos. También le da vueltas a la conferencia en sí, un sistema antiguo que sobrevive en un mundo cada vez más audiovisual. "Habría que inventar algo alternativo, actividades diferentes que atrajeran más a la gente, pero la verdad es que no se me ocurre el qué".

Aurora o la charla diaria

Aurora es adicta. Y no es la única. "Somos muchos los habituales de estas cosas, sobre todo mujeres", dice. Aurora acude diariamente, salvo cuando coincide con la clase de alemán, a las conferencias. Selecciona el menú cada mañana. "Se aprende mucho con estas charlas. Hay mucha oferta y no da tiempo a oírlo todo", afirma.Esta mujer, que ya, no cumple los 40, trabaja por las mañanas en un archivo universitario -es licenciada en Historia de América- y dedica las tardes a cultivarse. La soltería también ayuda a tener ese tiempo que ella distribuye en apretado programa humanístico, fines de semana incluidos: "Los sábados y los domingos voy a las charlas del Museo del Prado sobre arte".

Los miércoles no se pierde el ciclo de conferencias del académico Pedro Laín Entralgo bajo el lema Esperanza en tiempo de crisis. Suele llegar con tiempo y esperar la cola hasta que se abre el salón de Cajamadrid. "Don Pedro es genial. Hoy habla de Hegel".

Aurora no es la única que espera. Un poco más adelante, el doctor Vicente Pozuelo -del equipo médico habitual de Franco- también se deshace en elogios al académico.

Lorenzo Canda, administrativo jubilado y "con inquietudes espirituales y culturales", es el único que acierta con el filósofo elegido por el conferenciante Laín. David, el único joven del auditorio y estudiante de Derecho, abre bien los ojos: "Me han traído mis padres. Nunca había venido", asegura el debutante.

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