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Demasiado lujo para un ladrón de guante blanco

Un amigo personal de Diana de Gales, condenado por robar sus propias joyas

Enric González

La princesa Diana de Gales dijo de él que a los 30 años sería multimillonario o estaría en la cárcel. Ha resultado lo segundo: Darius Guppy, de 28 años, joya de la alta sociedad británica, padrino en la boda del conde Spencer (el hermano de Diana) y, dicen, uno de los jóvenes más brillantes de su generación, empezó ayer a cumplir una condena de cinco años por estafas y fraudes múltiples.La primera opción, la de ser multimillonario, aún no puede descartarse: el juez sospecha que Guppy guarda al menos 400 millones de pesetas, fruto de sus crímenes de guante blanco, en una cuenta suiza.

Guppy y un cómplice, Benedict Marsh, creyeron haber perpetrado el "crimen perfecto" (así lo definió Gruppy ante sus amigos más íntimos) cuando simularon un robo de joyas. El escenario elegido fue un lujoso hotel de Nueva York, en el que los dos jóvenes se alojaban cuando "un desconocido" (le conocían perfectamente: se llama Peter Risdon, y le pagaron casi dos millones de pesetas por entrar en la habitación y pegarle un tiro a la pared) les robó un saco de rubíes, esmeraldas y zafiros pertenecientes a Inca, una empresa de su propiedad, aunque en realidad se llevaba piedras sintéticas.

Inmediatamente, Guppy y Marsh cobraron un seguro de 400 millones de pesetas. Y se llevaron las joyas de verdad a Suiza, donde vendieron parte de ellas. Los brillantes más reconocibles, según Guppy, están en el fondo del lago Leman. Esa parte de la historia, negada por Marsh, es la que el juez no se creyó: "Usted debe de tener miles de libras escondidas", dijo al condenarle, "suficientes como para pagar la multa que le impongo". La multa, similar a la recibida por Marsh, asciende a unos cien millones de pesetas. Guppy se declaró insolvente, pero agregó después que no podía hablar del botín desaparecido porque estaba en manos de "alguien, posiblemente muy conocido". Según el juez, ese alguien sería el propio Guppy.

El fraude fue descubierto casualmente durante una inspección fiscal en Inca. Estudiando su contabilidad, se descubrió no sólo que el robo de Nueva York era falso, sino que la pareja había estafado unos 400 millones de pesetas a los accionistas de Inca, había practicado un constante contrabando de gemas con la India y debía casi 40 millones de pesetas en concepto de IVA impagado.

Tras la charada de Nueva York, ambos se abonaron a los vuelos en Concorde y cambiaron de coche: Marsh, un Jaguar y un Porsche 928; Guppy, un Mercedes deportivo. Demasiado lujo para el Londres de la recesión, incluso tratándose de alguien tan elegante, célebre y bien situado como Guppy.

Sus ex compañeros en Eton, el colegio más exclusivo del Reino Unido, le recuerdan como "el más brillante e ingenioso de la promoción". Guapo, buen orador, con talento para las lenguas muertas y la poesía, disponía además de unos padres ricos y vistosos: un antiguo explorador de la Royal Geographical Society y una cantante y escritora de la Persia de los Palehvi.

Antes de ingresar en la prisión de Brixton, Guppy abrazó a su mujer, Patricia, una antigua obrera industrial embarazada de cuatro meses. Después se dirigió a los periodistas con la prestancia de un héroe romántico: "Entiendan que no haga declaraciones ahora, no me siento rebosante de alegría".

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