Insultar
Parte de la profesión periodística (capítulo español) se especializa en el insulto a compañeros. Olvidan quienes se dedican a ello que su misión es informar, no augurarle al colega el mal del que va a morir. Destacan entre otros ejemplos menores: la fijación obsesiva con un medio al que no hay quien baje del pedestal de la preferencia de los que lo compran; el empeño en demostrar que su Libro de estilo es un compendio de soberbia hipócrita y mentirosa (cuando la realidad demuestra que es un manual para invocación por los lectores en defensa propia), sin aclarar por qué los demás se abstienen de imponerse reglas similares; el deseo apasionado de conseguir me diante el insulto grueso que el insultado conteste. Me parece una pérdida de tiempo utilizar un día detrás de otro el espacio de que se dispone en descalificaciones que no interesan más que a muy pocos o que muy pocos están suficientemente en el se creto como para comprender. Un día no hace mucho me maravillé de un artículo leído en un periódico inglés, The Independent. Entrevistaba el redactor al nuevo director de The Times y se hacía lenguas de su oficio y del prestigio que confiere. Cambie usted, amable lector, los nombres de ambos periódicos por algunos de los españoles y dígame si tal cosa sería posible.
El mundo al revés. Tengo un lector que a cada artículo mío corresponde con un comentario. Se lo agradezco porque, teniendo gran cuidado de firmarse "Anónimo" con rúbrica florida, no me insulta. Claro que tanta amabilidad se explica enseguida: en su última misiva asegura que el presidente de la República, "por motivos que usted sólo puede llegar a conocer en parte, soy yo". Y, por una vez, revela su identidad; en lugar de firmarse "Anónimo" con rúbrica florida, se firma, claro, "el último presidente de la República Española".
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