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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro del socialismo

EL EX primer ministro socialista francés Michel Rocard, aspirante a la sucesión de Mitterrand como candidato a la presidencia de la República, ha presentado en Tours ideas nuevas sobre el futuro de la izquierda. Puede haber cierto simbolismo en el hecho de que haya escogido esa ciudad -escenario en 1920 de la histórica ruptura entre comunistas y socialistas- para lanzar su llamamiento a favor de la creación de un movimiento que agrupe a todas las personas y sectores que se identifiquen con los ideales de la tradición progresista: no sólo los socialdemócratas, sino los comunistas renovadores, los ecologistas, los centristas o liberales con preocupaciones sociales y los interesados en la defensa de los derechos humanos. Así dicho, puede parecer el invento genial de un candidato en apuros que busca adeptos por doquier. Sería eso -o sólo eso- si no fuera acompañado por la propuesta de disolución en ese nuevo movimiento, tras las legislativas de marzo, del actual Partido Socialista. Es ese detalle el que otorga densidad a una propuesta que se sale de los caminos trillados y merece, como mínimo, ser discutida.No sólo en Francia. La sombra del derrumbe del comunismo ha acabado alcanzando, en mayor o menor medida, a los partidos socialistas con los que aquél compartía no pocos supuestos. Ambas doctrinas partían de la idea de que el origen de los males sociales era la propiedad privada de los medios de producción, y de ahí que su nacionalización, por unos u otros procedimientos, a. uno u otro ritmo, formase parte sustancial de su proyecto. Ello se prolongaba en la idea de que existía un modelo de sociedad diferente y más perfecto que el de la democracia formal. Todo esto ha ido siendo abandonado en la práctica, pero el fundamento doctrinal apenas ha sido objeto de cuestionamiento. La refutación concreta de los postulados comunistas producida estos últimos años ha colocado a los socialdemócratas ante la evidencia de que, aunque en la práctica se hayan salvado del derrumbe, carecen de una teoría capaz de orientar sus respuestas a los nuevos problemas que se planteaba la sociedad. En 1992 se vio que ni siquiera el ideal europeo era una evidencia, y seguramente eso explica la desorientación actual.

La constatación de que, tras el paralelo fracaso del liberalismo thatcheriano, tampoco la derecha tiene un modelo global ni respuestas a problemas como el del paro y la marginación social, la destrucción del medio ambiente o la droga (y no digamos la xenofobia y el racismo) es escaso consuelo ante las sombrías perspectivas de los partidos socialistas en algunos países. Francia, en primer lugar. Tras la cantada derrota de los socialistas en marzo, cualquier candidato de la izquierda para las presidenciales de 1995 tendría que plantear una estrategia de reagrupamiento en torno a su figura de un bloque social mucho más amplio que el de un partido concreto. Pero lo nuevo del mensaje de Rocard es la tesis de que "la definición socialista ya sólo tiene valor a título individual", pero que esa palabra, "asociada a la palabra partido, es hoy un elemento de confusión en el plano colectivo". Con ello no sólo alude al descrédito que esa palabra ha cosechado en el este de Europa como fórmula canónica de definición de los regímenes comunistas, sino a imágenes propias de las sociedades occidentales.

El productivismo, la desconfianza frente al ecologismo, la resistencia de sectores sindicales a la inmigración, son factores asociados a la tradición obrerista de los partidos socialistas. Ello hace crecer a los partidos verdes, sobre todo entre la juventud, y canaliza hacia otro tipo de colectivos (organizaciones no gubernamentales) la defensa de valores como el antirracismo, la ayuda a los pueblos oprimidos, la defensa de los derechos humanos, etcétera. Rocard parece aspirar a recuperar esos y otros valores que, pese a formar parte de la tradición humanista de la izquierda, han sido considerados secundarios respecto a la tarea histórica que esos partidos se atribuían a sí mismos.. Pero también a rescatar del gueto a los antiguos comunistas que han perdido la fe pero se atrincheran en la nostalgia o el sectarismo. En ese sentido, la iniciativa puede considerarse comparable a la de Mitterrand cuando, a comienzos de los setenta, planteó la hipótesis de la unión de la izquierda. La cual se plasmaría una década después en mayoría electoral.

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