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La impotencia liquera regresa al Camp Nou

Ramon Besa

La impotencia regresó al Camp Nou cuando parecía haber animado la soberbia. Impotencia porque el equipo azulgrana cedió un punto, el tercero del año, cuando merecía los dos. Impotencia porque el árbitro condenó la protesta de unos y permitió la agresividad de los otros. Impotencia porque el colectivo de Cruyff no coge la onda y suma cuatro partidos sin ganar. E impotencia porque la Liga se escurre del estadio barcelonista justo cuando ha doblado el calendario. Fue un brusco regreso al pasado. No hay tiempo suficiente para asimilar tanto cambio, para volver atrás cuando sólo se mira hacia adelante, aunque el equipo, vaya trompicado desdeTokio. El Atlético transitó por entre el confusionismo azulgrana con una sonrisa en los labios. Volvió también a reencontrarse. Le interesaba al equipo rojiblanco que el choque tuviera un tono bronco. Era una forma ideal para rearmarse y, al mismo tiempo, desarmar al rival. Un partido sin ritmo sólo podía beneficiar al grupo rojiblanco. Y lo consiguió. Para ello contó con la colaboración de Pajares Paz. El colegiado no fue equitativo en el reparto de cartulinas. Permitió primero, cuando la continenda sólo tenía color azulgrana, que los zagueros forasteros azotaran a los delanteros locales -olvidó reiteradamente sancionar acciones violentas- y luego, justo después que los rojiblancos se encontraron con el empate, optó por condenar las protestas azulgranas con tarjeta hasta mandar a Amor y Bakero a la caseta.

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Nadie daba crédito al suceso. El Barcelona, un equipo aseado por naturaleza y de corte puramente ofensivo, se encontraba de pronto con sólo nueve jugadores, veinte minutos por delante y ante un rival tosco, defensivo, que jugaba al completo y, encima, había empatado el partido en su único disparo claro a puerta. Sacó entonces su genio el grupo de Cruyff y convirtió en heroico el empate, como antaño, mientras el adversario se refugiaba en su guarida.

Pastoriza no quiso tomar riesgos en su debú. El técnico argentino le puso de salida el cinturón de seguridad al Atlético: un libre por detrás, dos laterales fijos, un central, dos volantes todoterreno y un punta, mientras Schuster acampaba más allá de la línea de medios. El equipo rojiblanco perdió su condición de buen samaritano- el Barcelona le había ganado los cuatro partidos disputados este año y sacó a relucir un espíritu intimidatorio que acongojó a un Barcelona.

El azulgrana es un equipo en color positivado hoy en blanco y negro. No es el mismo de antes. Le falta ritmo, precisión, continuidad. A veces parece un Mercedes y en otras un Seisicentos. El zapato de Koeman tiene el punto de mira desviado, a Laudrup no le sale el último regate y Stoichkov está en cama con gripe. Privado de los futbolistas que deciden, el grupo de Cruyff debe arreglarselas con el colectivo doméstico, es decir, el que permite que los extranjeros marquen la diferencia. Y en este contexto le cuesta sacar los partidos adelante, generar jugadas de gol, porque el recorrido del cuero no es siempre de ida y vuelta sino que a veces se queda a medio camino. El equipo estuvo serio, trabajador y dominador en el primer tiempo frente a un rival al que le cambiaron el guión en el vestuario y no encontraba su ubicación en la cancha. No había quien agarrara el partido en el Atlético.

Llegó así el penalti de Tomás -tan opinable como el que Díaz Vega le sancionó. a Ferrer en el Bernabéu-, un error de Salinas frente a Abel y un remate fallido de Laudrup. No supo machacar el cuadro local y dejó vivir a un rival que se iba cayendo a trozos a expensas de una jugada. Y se encontraron con ella en cuanto arrimaron su cuerpo en el área contraria.

El empate desequilibró al Barça. La tensión se adueñó del campo y el colegiado encendió la grada. El nerviosismo azulgrana se transformó en protestas hacia al árbitro, que respondió a los vocablos con tarjetas. Se rompió el partido hasta provocar dos expulsados más (Koeman y Vizcaíno), y el pitido final fue un alivio para todos. El público bajó el telón tirando almohadillas al árbitro. Fue un final digno dé viejos tiempos en el Camp Nou.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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