Cómplices
Leí en algún sitio que centenares de miles de animales domésticos, gatos, perros o cotorras, ven cada día la televisión en España. Creo recordar una de las precisiones fundamentales del estudio: el hecho de que los citados animales participaban de alguna manera en el espectáculo. Es decir, no se piense en una cotorra pasivamente plantada por azares de espacio doméstico frente a la pantalla, no. Piénsese en algo más ambicioso: una cotorra hechizada y prevIsIblemente opinante. A raíz de la tragedia televisiva de Alcàsser se ha hablado muy poco de las cotorras. Es decir, se las ha exculpado con esa sublime indiferencia con que las masas suelen ser tratadas. Pero en cambio, los que les llevan el grano, los suministradores de imágenes, han recibido sus buenos palos. Merecidísimos, sin duda.Pero insuficientes. En la raíz de semejante procedimiento analítico no hay más que el habitual despotismo: las masas son memas, luego inocentes. Ergo hay que castigar a los verdaderos culpables. Nieves Herrero, un suponer. O ese chiquito autonómico que estuvo a punto de desentrañar el crimen mientras arrinconaba con sumo vigor analítico a un deficiente mental. Buena parte de la cobertura informativa del crimen evidenció gravísimos problemas de lenguaje. Pero su tiniebla moral no es distinta de la que empañó, por ejemplo, muchos relatos sobre la Guerra del Golfo.
Y sin embargo, ahí estuvieron y ahí siguen las cotorras. Calladas y Cómplices, esperando el alimento diario en el salón. O arracimadas en los improvisados platós televisivos, todavía con sangre; haciendo cola -¡haciendo cola!- en la puerta del forense, aspirando a que los focos las deslumbren para ser, una vez en su vida, cotorras protagonistas.
De cuando en cuando, algún gritito histérico, algún leve malestar en la conciencia: "¡Periodistas nauseabundos, cuervos!".
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